Constitución, Democracia y Tolerancia en el México actual

CONSTITUCIÓN, DEMOCRACIA Y TOLERANCIA EN EL MEXICO ACTUAL

Por José Ramón González Chávez

El avance de la ciencia en general y particularmente de las ciencias sociales, ha puesto en evidencia que no existen verdades únicas, ni absolutas; que nadie puede tener patente sobre la concepción de la realidad, al contrario, hay más que nunca presenciamos que lo que podemos llamar Verdad, solo es posible construirla a partir de la suma de todas las verdades posibles, siempre que nos sujetemos todos a las mismas reglas y procedimientos.

Esto en la práctica política y social aplica totalmente. Como sabemos, el disenso es un presupuesto de la democracia; si todos pensáramos igual, no la necesitaríamos, de ahí que la tolerancia sea uno de los valores democráticos y de ética social fundamentales y uno de los pilares que sostienen todo Estado Constitucional.

Sin embargo, cuando hablamos de tolerancia no debemos hacerlo en el sentido de tener que “sobrellevar, aguantar o sufrir al otro”, con lo que nos pondríamos cerca de una especie de sacrificio al estilo religioso, sino más bien entenderla como una actitud que nos permita reconocer y aceptar al otro, escucharlo para comprenderlo, contrastar sus ideas con las nuestras a fin de diluir las diferencias y encontrar puntos de acuerdo en lo fundamental respecto a lo que nos concierne a todos y así estar en posibilidad de construir un proyecto colectivo factible.

De ahí que la tolerancia sea un presupuesto de todo régimen democrático que ofrece exponer en un marco de civilidad, diversidad de opiniones, preferencias, visiones y proyectos sujetos a ser confrontados mediante el diálogo, a fin de diluir las controversias y encontrar puntos de acuerdo en lo fundamental. Al final de cuentas eso significa la palabra política, la verdadera política: lo que atañe a la polis, lo que nos incumbe a todos los ciudadanos, aquello en lo que podemos estar de acuerdo haciendo a un lado los matices propios de nuestras diferencias personales o de grupo.

Es en este contexto que hay que considerar, las manifestaciones que miles de ciudadanos, desde sus autos, se llevaron a cabo el sábado y domingo pasados (30 y 31 de mayo del 2020) en 77 ciudades del país de 21 entidades federativas, teniendo en cuenta los siguientes aspectos bajo las siguientes premisas:

1. La Libertad de expresión y por consecuencia el Derecho a la libre manifestación de las ideas, son derechos fundamentales consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (arts. 6° párrafo segundo, apartado B), fracciones IV y V) , y como tales son de carácter universal, inalienables, independientes de la política o la economía; más aún, son prerrogativas ciudadanas, es decir, una combinación de derecho ciudadano y obligación de índole ética política.

2. De ahí que el poder público, sus ramas y órganos en los distintos órdenes de gobierno, tal como consagra también nuestra Carta Magna (art. 1°), tiene la obligación de respetarlos, promoverlos, defenderlos y ante todo, garantizarlos. En tal sentido denostar, discriminar, minimizar mediáticamente y sobre todo no escuchar sus planteamientos y estrategias sería característico de regímenes autoritarios y fundamentalistas, impropio de estados constitucionales como el nuestro.

3. A lo largo de la historia del mundo occidental, al menos desde la época de la ilustración a nuestros días –los ejemplos sobran en el mundo y en México-, los primeros en protestar por las condiciones políticas, económicas y sociales han sido los pequeños propietarios, los comerciantes, los intelectuales. A ese sector de la ciudadanía Marx y Lennin le llamaron “la vanguardia revolucionaria”, de hecho Marx y Engels estaban en ese sector de la población.

4. Denostar o pretender minimizar de forma intolerante las manifestaciones del fin de semana pasado con el falso argumento de que se trató de “puro fifi dueños de coches de lujo” refleja en quienes así se han expresado un padecimiento de ceguera política, pues A) suponiendo que así hubiese sido –que no lo fue, hay una buena cantidad de fotos y videos que así lo muestran- en cualquier sociedad que se jacte de ser democrática todos los ciudadanos tienen iguales derechos, obligaciones y prerrogativas y en ese sentido gozan del pleno derecho de manifestar sus ideas preferencias y planteamientos, a lo que B) quienes no estuvieren de acuerdo tienen primero la obligación de escuchar y comprender con tolerancia sus argumentos, y luego el derecho de replicar, debatir y argumentar exponiendo su versión, pero nunca de anular esa posibilidad al otro, o considerarlo como adversario, o peor aún, como enemigo, lo cual sería a todas luces antidemocrático.

5. Considerar a quienes marcharon y sobre todo a quienes ellos representan como una minoría insignificante, es otra aflicción de oftalmología política, pues bajo el supuesto expresado por los detractores de las “manifestaciones sobre ruedas” de hace unos días, hay que recordar que no hay trabajadores ni obreros sin empresas. Lo que se denomina la micro, pequeña y mediana industria representa el 90% de los empleos formales a nivel nacional y el 85% del total de quienes pagan impuestos, de donde se financian entre otras cosas, los distintos proyectos y programas gubernamentales.

6. Estas manifestaciones se realizaron en 77 ciudades de las más grandes del país, lo cual, a diferencia también de lo que han opinado sus detractores, está lejos de ser un “asunto menor” por lo que ni siquiera vale la pena ocuparse de ello. Eso tiene sin duda muchas lecturas y una de ellas habla de la capacidad de convocatoria y organización de ese grupo, lo que debería verse con mayor acuciosidad, dado que como lo afirmó dicho grupo por distintas fuentes, es solo el primero de una serie de actos que se llevarán a cabo de aquí en adelante.

7. Otros detractores más han expresado que esa no es la vía, ni el modo, y que para eso están las elecciones. En este caso, ellos también sufren del mal de amnesia política y social, pues han olvidado que este es uno de los medios más fuertes que empleó durante más de 18 años de campaña el ahora presidente y su grupo para llegar al gobierno. Imposible sería imaginarse que la única opción de su estrategia política para lograr el triunfo en las urnas hubiera sido dedicarse en exclusiva a participar en los procesos electorales.

Se esté de acuerdo o no con los principios y fines de quienes se manifiestan, todos los ciudadanos en un espíritu democrático volteriano tenemos la obligación de respetar y defender el derecho que tienen a hacerlo, y para el gobierno en turno la responsabilidad de escuchar para comprender e integrar.

La unidad, no la división, es la fórmula para superar nuestras debilidades y desafíos, económicos, políticos y sociales. Sumando, se multiplica y se avanza; restando, se divide y se retrocede.

La Constitución mexicana: ¿Es o no es la de 1917?

A partir de un comentario que hace unos días me hiciera un colega respecto de la vigencia o no de la Constitución de 1917 y en tal sentido, recordando un texto de don Diego Valadés que leí cuando nuestra Carta Magna cumplió 100 años[1], me surgió la idea de compartir con ustedes la siguiente reflexión. Espero sea de su interés y genere sus comentarios.

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LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA MEXICANA, ¿ES O NO ES LA DE 1917?

Por José Ramón González Chávez

Desde la época prehispánica, para los mexicanos la realidad es producto del vínculo inseparable entre vida y movimiento (ollin-yoliztli), y esta cualidad del ser y trascender humano es perfectamente aplicable a la realidad constitucional, pues el Derecho en general y la Constitución en particular, son productos culturales y la cultura nunca se detiene.

Como he escuchado y leído en aportes de varios juristas, la Constitucion de 1917 es a la vez momento, documento y ordenamiento. De ahí que la línea de tiempo que nos da el centenario de su promulgación, debe llevarnos a pensar al mismo tiempo en nuestra historia constitucional; en el valor del texto constitucional mismo para nuestra vida democrática y en general para la doctrina constitucional del presente; y para la génesis política y social del proyecto jurídico político que de aquí en adelante queremos y requerimos como mexicanos.

Poco reparamos en que la Constitución mexicana es la octava más antigua del orbe y de ellas, la segunda de corte republicano, solo después de la norteamericana[2]. Aunque cada una de ellas es distinta, por ejemplo, la inglesa tiene sus raíces en la edad media, la Estados Unidos de Norteamérica se funda en el siglo de las luces, otras cinco (Bélgica, Canadá, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos) en la filosofía y el pensamiento político de la monarquía constitucional del siglo XIX y la mexicana en el derecho y la doctrina social del siglo XX. No obstante, todas ellas persiguen a su manera y en su contexto los mismos objetivos, entre los que destacan:

  • Definir derechos fundamentales y sus garantías;
  • Establecer la estructura y organización del Estado;
  • Normar la forma y distribución de competencias y atribuciones de las ramas del poder público y ámbitos de gobierno;
  • Regular las relaciones entre gobernantes y gobernados;
  • Determinar las formas de control del ejercicio del poder público;
  • Prever los mecanismos para su reforma.

En todo caso, la constitucionalidad es un factor de cohesión eficaz, más aún en países que como el nuestro son tan heterogéneos en cuanto a sus elementos de integración nacional, tales como las etnias, las lenguas, las culturas, tradiciones, usos y costumbres, los climas, las orografías y hasta las religiones.

Sin duda, toda Constitución lleva en sí misma la huella genética de su respectivo pueblo. Su forma y fondo obedecen a un patrón propio de circunstancias de carácter histórico, jurídico, político, económico, social, cultural. Sin embargo, al menos en el caso de las constituciones de los ocho países que hemos mencionado, tienen en común que han surgido de procesos de independencia o revolucionarios, han sentado las bases para el perfeccionamiento del marco de derechos y libertades, así como de sus sistemas electorales, administrativos y jurisdiccionales y con ello, han podido avanzar en la consolidación de su democracia.

Cualquier Constitucion que pretendiera perpetuarse inalterada, soñando con un régimen inalterable, está condenada a su extinción. Las sociedades abiertas no se pueden regir mediante regulaciones cerradas con precisión suficiente para dar certeza y seguridad, pero con amplitud suficiente para permitir el ejercicio de la libertad. En México, en cumplimiento al inexorable principio de Vida y Movimiento, el rostro constitucional se transforma siempre con el tiempo y la circunstancia.

En 1916-17 el proyecto original de modificar la Carta Magna de 1857 presentado por Venustiano Carranza al congreso constituyente de Querétaro, fue modificado sustancialmente al añadirse ya en el debate los derechos agrarios y laborales, además de principios como el de no reelección entre otros; ajuste mayor, natural y comprensible, pues se trataba de plasmar en la constitución restablecida las causas de las principales facciones revolucionarias. En 100 años, la Carta Fundamental mexicana ha sido objeto de 227 decretos que han modificado 697 veces 114 de sus 136 artículos.

Pero al contrario de lo que se piensa, estas reformas no han sido “parches” o pegotes a un texto ya establecido con anterioridad, ni en su gran mayoría han sido nimiedades. Para muestra, de forma meramente enunciativa, menciono las siguientes[3]:

  • Seguridad Social;
  • Voto de la mujer;
  • Igualdad Jurídica entre hombres y mujeres y género;
  • Composición fija de los legisladores de mayoría y de representación proporcional;
  • Sistema Electoral autónomo;
  • Tribunal Constitucional;
  • Derecho a la vivienda;
  • Derecho a la planificación familiar;
  • Derechos de los niños;
  • Derechos indígenas;
  • Mar patrimonial y espacio aéreo como parte del territorio del Estado;
  • Acceso a la información;
  • Derechos humanos y sus garantías;
  • Medios de control constitucional;
  • Autonomía Universitaria;
  • Derechos, estructura y organización de las telecomunicaciones;
  • Tenencia de la tierra;
  • Distribución de competencias en los distintos ámbitos de gobierno;
  • Planeación del desarrollo;
  • Nuevas relaciones estado-iglesias;
  • Cambio de régimen jurídico político del Distrito Federal
  • Principio Pro Persona
  • Control de Convencionalidad.
  • Nuevo sistema de justicia penal.

Pero vale decir que estas nuevas instituciones constitucionales, imprescindibles en la actualidad, conviven al mismo tiempo con errores o padecimientos que se vuelven cada vez más graves. Me referiré solo a los dos más importantes:

  1. Desde mi punto de vista se ha cometido el error de –si se me permite la expresión- sobre procedimentalizar los nuevos temas, que se manifiesta de manera cada vez más evidente a medida que los ejecutivos federal y locales han ido dejando de contar con la mayoría del congreso a su favor, a grado tal que en el último de los temas citados (el nuevo sistema de justicia penal) se parecía que cerca de 80% de las reformas aprobadas son de carácter procedimental, mismas que como en el caso de las demás, en condiciones normales de constitucionalidad bien podrían haberse remitido a la legislación adjetiva o “secundaria”.

Este padecimiento, por ejemplo, técnicamente provoca la necesidad de ajustes que complican el equilibrio y la vigencia del ordenamiento jurídico en su conjunto, ya que la reforma a algún precepto procesal constitucional, provoca reformas a una gran cantidad de artículos constitucionales, leyes y disposiciones, tal como sucedió recientemente, para citar solo tres casos, con el cambio de régimen de responsabilidades de los servidores públicos, la transformación del distrito federal a la ciudad de México y el nuevo sistema de justicia, que en su conjunto implicaron modificaciones que contabilizan el 14% de todos los cambios hechos a la constitucion en 100 años (!).

Utilizo las comillas al adjetivo “secundaria” de la legislación porque es precisamente esta expresión un reflejo claro no solo del positivismo jurídico del cual todavía no podemos deshacernos, sino del lugar que por lo mismo tiene el resto del ordenamiento jurídico respecto de la norma constitucional, como si la legislación derivada federal y sus respectivas locales no pudieran hacerse valer desde la actividad jurisdiccional con la misma fortaleza y contundencia que como sucede en la mayor parte de los casos en tratándose de disposiciones constitucionales, siendo que en el nuevo sistema la constitucion no está ya solo en la cúspide del ordenamiento jurídico (pirámide Kelseniana) como era en el sistema anterior, sino que ahora su esencia se encuentra en el núcleo que cada norma del sistema, independientemente de su naturaleza (constitucionalismo multinivel).

Quizá sea la razón por la que el constituyente ha pretendido dar rango de ley suprema a los aspectos procedimentales y hasta administrativos del precepto fundamental, por el miedo a que este fuera “interpretado” o ajustado a modo en la legislación ordinaria o reglamentaria por parte de los ejecutivos federal o locales en turno; pero también y a contrario sensu por el recelo del ejecutivo federal de que sus reformas constitucionales fueran “matizadas” en la legislación secundaria por un congreso de mayoría contraria.

Y tal vez por el mismo motivo, la reforma al sistema de justicia solo se circunscribió al tema penal y “se omitió” un rasgo que todas las constituciones mencionadas comparten, salvo la mexicana: la relevancia de las decisiones jurisdiccionales y de las prácticas políticas y administrativas como parte sustantiva del andamiaje constitucional, factores que permiten mantener la coherencia entre deber ser y el ser de la norma, conseguir una vigencia fresca y objetiva del ordenamiento jurídico y en consecuencia, abonar a su credibilidad y legitimidad.

De ahí que la constitucion mexicana, por la desconfianza política entre ejecutivos y legislativos federales y locales, la falta de cabildeo (práctica aun no reconocida oficialmente en el sistema político mexicano) y de negociación política (cada vez más ausente en los distintos órdenes de gobierno), sufra con acento cada vez mayor de una grave distorsión respecto de su naturaleza y características originales, lo que aunado a la sumisión relativa, o si se quiere, débil autonomía de los miembros de los órganos jurisdiccionales, ha llevado a la desconfianza social, así como a la falta de credibilidad y legitimidad de los ciudadanos respecto de las autoridades y con ello, al debilitamiento de todo el ordenamiento constitucional.

Es por ello que en el marco de la nueva constitucionalidad, la verdadera reforma al sistema de justicia en general, no solo la operada en materia penal, resulta imprescindible que las decisiones jurisdiccionales gocen de cada vez mayor independencia de la presión política del ejecutivo y legislativo en turno, lo que permitiría, conseguir la ya mencionada interacción ser–deber ser del derecho y la coexistencia norma–normalidad, esto es, la seguridad y confianza de los ciudadanos sobre sus instituciones y autoridades y por ende su adhesión espontánea a los preceptos fundamentales, actitud que debe ser característica en todo estado constitucional contemporáneo.

  • Debido a la cantidad de reformas que ha tenido y sigue teniendo a lo largo de más de 100 años, la Constitución mexicana tiene otro grave padecimiento: la creciente desorganización de sus temas y la disolución en ella de los bienes jurídicos que protege cada uno de sus artículos.

Tal vez, en aras de no alterar la Constitución en cuanto a la cantidad de sus artículos, el ejecutivo federal y el constituyente permanente en turno, han optado por que una gran cantidad de dispositivos se refieran a cada vez más y variados conceptos, que en ciertos casos ni siquiera tienen que ver unos con otros, ni con los títulos ni capítulos donde se les ha ubicado.

Hasta hace un poco más de tres décadas (recuerdo mis épocas de estudiante de derecho) era relativamente sencillo, con un poco de estudio, conocer el contenido de cada artículo constitucional y relacionar cada uno con un concepto general, por ejemplo: artículo primero universalidad de derechos y garantías; 2° no esclavitud; 3° educación, 4° igualdad jurídica, etc.

Esta claridad conceptual permitió entre otras cosas la tan amplia difusión que en su momento tuvo la obra “Mexicano: esta es tu Constitución”, de Don Emilio Rabasa, obra que en este momento implicaría un trabajo maratónico y de resultados muy relativos en términos de aportación a la cultura constitucional.

En la actualidad es extremadamente complejo determinar el contenido de cada artículo y más aún identificarlo con un concepto general.

Es por ello que resulta necesario emprender una profunda labor de reorganización y reordenamiento de contenidos, tal como ha sucedido en otros países que tienen constituciones “antiguas” como la nuestra (por ejemplo, entre las ya citadas: Bélgica, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos) que sin alterar su estructura original la ponen al día y refrescan su contenido axiológico y normativo.

Así, en paralelo a esta tarea, debería contemplarse la posibilidad de fusionar preceptos, eliminar duplicidades y actualizar la redacción de apartados, a fin de hacerlos más claros y comprensibles para el grueso de la población, lo que facilitaría su eventual adecuación y les daría mayor estabilidad y permanencia, facilitaría la didáctica constitucional a todas las escalas, propiciando la construcción de una cultura constitucional renovada, capaz de ser sustentable en la práctica.

Con todos sus aciertos y sus problemas, con todas sus cualidades y desafíos, nuestra Constitución ahí está, reflejando a la vez nuestros logros, nuestras realidades y hasta nuestros sueños, como guía o referente de trazo que nos hace avanzar en nuestra ruta permanente en el andar siempre inacabado hacia nuestros valores absolutos, como la libertad, la igualdad, la democracia, la justicia.

De alguna suerte, la Constitución es la transposición del yo, el super yo y el ello Freudianos al ámbito del derecho y la política; refleja el ser, el deber ser y el tener que ser del Estado (población-territorio-poder) en un determinado momento. Es en este sentido y después de lo hasta aquí expuesto que considero que la pregunta sobre si la Constitución es o no es la que se promulgo el 5 de febrero de 1917 resulta en términos argumentativos un falso dilema: La Constitución es lo que debe ser y deberá seguir siendo para mantener y reconocer nuestros logros y conquistas, enfrentar los retos de nuestro presente y definir nuestras expectativas al porvenir y para tal fin debe tener siempre presente nuestro principio ancestral de vivir y afrontar la realidad en la eterna simbiosis entre vida y movimiento.


[1] Valadés, Diego, en “Los Grandes Temas Constitucionales”, textos introductorios a la obra de Fernández Ruiz, Jorge. “Derecho Administrativo”. Secretaría de Cultura, Secretaría de Gobernación, Instituto de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. México, 2017. P. 25 y ss.

[2] En el caso de Suiza, país con 42,290 km2 (para referencia es de similar tamaño al estado de Yucatán que comprende 2% del territorio nacional) y 8.5 millones de habitantes (es decir, 1000% más que Yucatán que cuenta con 780 mil habitantes), cabe mencionar que su Constitución es “nueva” de derecho (1999), aunque antigua de hecho (1874), pues luego un siglo de vigencia sumaba de 150 reformas por lo que pensó en llevar a cabo una renovación sin sustituirla para evitar la inquietud de ciertos grupos conservadores, proceso que tardó más de 25 años y que solo logro aclarar contenidos y actualizar algunos conceptos, incorporando además algunas normas consuetudinarias.

[3] Cada una de las cuales, por cierto, podría y debería ser sujeto de amplios y profundos análisis de carácter constitucional desde el enfoque constitucional contemporáneo

Las Fuentes del Poder en la Sociedad. Wright Mills

Lectura de un texto siempre fresco, pero muy oportuno en estos tiempos que nos ha tocado vivir. Que lo aprovechen.

Saludos

José Ramón González Chávez

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LAS FUENTES DEL PODER EN LA SOCIEDAD

Charles Wright Mills

Medio personal y estructura social

Necesito aclarar una distinción simple y muy descuidada que, para mí es una de las más importantes de que disponemos en los estudios sociológicos. Es la distinción entre medio personal y estructura social.

Podemos pensar en ello de esta manera: Cuando un puñado de hombres no tienen empleo, y no lo buscan, indagarnos las causas en su situación inmediata y su carácter. Pero cuando doce millones de hombres están sin empleo, entonces no podemos creer que todos se volvieron «holgazanes» súbitamente o resultaron «inútiles». Los economistas llaman a esto «desempleo estructural», -queriendo decir, por lo pronto, que los hombres en cuestión no pueden controlar ellos mismos sus oportunidades de empleo. El desempleo estructural no se origina en una fábrica o en una población, ni se debe a que una fábrica o una población hagan o no hagan algo. Por otra parte, es poco o nada lo que el hombre de una fábrica en una población pueda hacer para resolver el fenómeno cuando éste invade su medio personal.

Pero, ¿acaso no están en algún lugar las causas de los grandes cambios históricos? Y ¿acaso no podemos encontrarlas?

Sin duda que si están, y que también podemos hallarlas. Simplemente para ponerlas un nombre, las llamaremos cambios estructurales, y las definimos advirtiendo en nuestra definición que son cambios que trascienden los ambientes de la mayor parte de los hombres. Trascienden estos ambientes personales no sólo porque afectan a una gran diversidad de ambientes, sino porque, por su naturaleza misma, los principios estructurales del cambio tienen que ver con las consecuencias no intentadas, y por ello inesperadas, de lo que los hombres, asentados en diversos ambientes y limitados por ellos, pueden estar tratando de hacer o de evitar.

Pero no todos los hombres son corrientes u ordinarios en este sentido. Como los medios de información y poder están centralizados, algunos individuos llegan a ocupar posiciones en la sociedad norteamericana desde las cuales pueden mirar por encima del hombro, digámoslo así, a los demás, y con sus decisiones pueden afectar poderosamente los mundos cotidianos de los hombres y las mujeres corrientes.

Éste es el sentido general más importante que quiero dar término «elite». Ésta es la posición de la «elite». La «elite» está formada por los que tienen el mando en la instituciones directivas, y cuyas posiciones de mando los colocan de tal manera en su estructura social que trascienden, en grado mayor o menor, los ambientes ordinarios de los hombres y las mujeres ordinarios.

Desarrollo de los medios de poder

Aun el estudio más superficial de la historia de la sociedad occidental nos enseña que el poder de las personalidades decisivas está limitado ante todo por el nivel de la técnica, por los medios de fuerza, violencia y organización que prevalecen en una sociedad determinada. En este respecto, nos enseña también que hay una línea recta ascendente a lo largo de la historia de Occidente, y que los medios de opresión y explotación, de violencia y destrucción, así como los medios de producción y reconstrucción, han sido progresivamente ampliados y centralizados.

Como los medios institucionales de poder y los medios de comunicación que los unen se han ido haciendo cada vez más eficaces, los que ahora tienen el mando de ellos poseen instrumentos de dominio que nunca han sido superados en la historia de la humanidad. Y todavía no hemos llegado al punto máximo de su desarrollo. Ya no podemos descansar ni apoyarnos cómodamente en los altibajos históricos de los grupos gobernantes de las épocas pasadas. En ese sentido tiene razón Hegel: la historia nos enseña que no podemos aprender de ella.

Para cada época y para cada estructura social, tenemos que plantearnos y resolver el problema del poder de la elite.

Los fines de los hombres muchas veces son meras esperanzas, pero los medios son realidades controladas por algunos hombres. Ésta es la razón de que los medios de poder tiendan a convertirse en fines para una minoría que tiene el mando de ellos. Y también por eso podemos definir la minoría del poder en relación con los medios de poder diciendo que está formada por quienes ocupan los puestos de mando. Los principales problemas acerca de la minoría norteamericana actual -su composición, su unidad, su poder- tienen que plantearse ahora prestando la debida atención a los asombrosos medios de poder de que dispone. César pudo hacer con Roma menos que Napoleón con Francia; Napoleón menos con Francia que Lenin con Rusia, y Lenin menos con Rusia que Hitler con Alemania. Pero, ¿qué fue el poder de César en su cima comparado con el poder del cambiante círculo interior de la Rusia soviética o el de los gobiernos temporales de los Estados Unidos? Los hombres de uno y otro círculo pueden hacer que sean arrasadas grandes ciudades en una sola noche y que en unas semanas se conviertan en páramos termonucleares continentes enteros. El que los instrumentos del poder se hayan ampliado enormemente y se hayan centralizado decisivamente, significa que las decisiones de pequeños grupos tienen ahora mayores consecuencias.

En la sociedad norteamericana, el máximo poder nacional reside ahora en los dominios económico, político y militar… Dentro de cada uno de los tres grandes, la unidad institucional típica se ha ampliado, se ha hecho administrativa y, en cuanto al poder de sus decisiones, se ha centralizado, Detrás de estos acontecimientos está una tecnología fabulosa, porque, en cuanto instituciones, se han asimilado esa tecnología y la guían, aunque ella a su vez informa y marca el ritmo a su desenvolvimiento.

La economía -en otro tiempo una gran dispersión de pequeñas unidades productoras en equilibrio autónomo- ha llegado a estar dominada por dos o trescientas compañías gigantescas, relacionadas entre sí administrativa y políticamente las cuales tienen conjuntamente las claves de las resoluciones económicas.

El orden político, en otro tiempo una serie descentralizada de varias docenas de Estados con una médula espinal débil, se ha convertido en una institución ejecutiva centralizada que ha tomado para sí muchos poderes previamente dispersos y ahora se mete por todas y cada una de las grietas de la estructura social.

El orden militar, en otro tiempo una institución débil, encuadrada en un contexto de recelos alimentados por las milicias de los Estados, se ha convertido en la mayor y más costosa de las características del gobierno, y, aunque bien instruida en fingir sonrisas en sus relaciones públicas, posee ahora toda la severa y áspera eficacia de un confiado dominio burocrático.

En cada una de esas zonas institucionales, han aumentado enormemente los medios de poder a disposición de los individuos que toman las decisiones; sus poderes ejecutivos centrales han sido reforzados, y en cada una de ellas se han elaborado y apretado modernas rutinas administrativas.

Al ampliarse y centralizarse cada uno de esos dominios, se han hecho mayores las consecuencias de sus actividades y aumenta su tráfico con los otros. Las decisiones de un puñado de empresas influyen en los acontecimientos militares, políticos y económicos en todo el mundo. Las decisiones de la institución militar descansan sobre la vida política así como sobre el nivel mismo de la vida económica, y los afectan lastimosamente. Las decisiones que se toman en el dominio político determinan las actividades económicas y los programas militares. Ya no hay, de una parte, una economía, y de otra parte, un orden político que contenga una institución militar sin importancia para la política y para los negocios. Hay una economía politice vinculada de mil maneras con las instituciones y las decisiones militares. A cada lado de las fronteras que corren a través de la Europa central y de Asia hay una trabazón cada vez mayor de estructuras económicas, militares y políticas. Si hay intervención gubernamental en la economía organizada en grandes empresas, también hay intervención de esas empresas en los procedimientos gubernamentales. En el sentido estructural, este triángulo de poder es la fuente del directorio entrelazado que tanta importancia tiene para la estructura histórica del presente.

El hecho de esa trabazón se pone claramente de manifiesto en cada uno de los puntos criticas de la moderna sociedad capitalista: desplome de precios y valores, guerra, prosperidad repentina. En todos ellos, los hombres llamados a decidir se dan cuenta de la interdependencia de los grandes órdenes institucionales. En el siglo XIX, en que era menor la escala de todas las instituciones, su integración liberal se consiguió en la economía automática por el juego autónomo de las fuerzas del mercado, y en el dominio político automático por la contratación y el voto. Se suponía entonces que un nuevo equilibrio saldría a su debido tiempo del desequilibrio y el rozamiento que seguía a las decisiones limitadas entonces posibles. Ya no puede suponerse eso, y no lo suponen los hombres situados en la cúspide de cada una de las tres jerarquías predominantes.

Porque dado el alcance de sus consecuencias, las decisiones -y las indecisiones- adoptadas en cualquiera de ellas se ramifican en las otras, y en consecuencia las decisiones de las alturas tienden ya a coordinarse o ya a producir la indecisión de los mandos. No siempre ha sido así. Cuando formaban el sector económico innumerables pequeños empresarios, por ejemplo, podían fracasar muchos de ellos, y las consecuencias no pasaban de ser locales; las autoridades políticas y militares no intervenían. Pero ahora, dadas las expectativas políticas y los compromisos militares, ¿pueden permitir que unidades claves de la economía privada caigan en quiebra? En consecuencia, intervienen cada vez más en los asuntos económicos y, al hacerlo, las decisiones que controlan cada uno de los órdenes son inspeccionadas por agentes de los otros dos, y se traban entre si las estructuras económicas, militares y políticas.

En el pináculo de cada uno de los tres dominios ampliados y centralizados se han formado esos circulas superiores que constituyen las elites económica, política y militar. En la cumbre de la economía, entre los ricos corporativos, es decir, entre los grandes accionistas de las grandes compañías anónimas, están los altos jefes ejecutivos; en la cumbre del orden político los individuos del directorio político; y en la cumbre de la institución militar, la elite de estadistas -soldados agrupados en Estado Mayor Unificado y en el escalón mas alto del ejército-. Como cada uno de esos dominios ha coincidido con los otros, como las decisiones tienden a hacerse totales en sus consecuencias, los principales individuos de cada uno de los tres dominios de poder -los señores de la guerra, los altos jefes de las empresas, el directorio político- tienden a unirse, a formar la minoría del poder de los Estados Unidos.

Formación de «elite» del poder

Si el poder para decidir cuestiones nacionales como las que se deciden fuera compartido de un modo absolutamente igual, no habría minoría poderosa; en realidad, no habría gradación del poder, sino sólo una homogeneidad radical. En el extremo opuesto, si el poder de decidir dichas cuestiones fuera absolutamente monopolizado por un pequeño grupo, tampoco habría gradación del poder: sencillamente, tendría mando ese pequeño grupo, y por debajo de él estarían las masas indiferenciadas, dominadas. La sociedad norteamericana actual no representa ninguno de esos extremos, mas no por eso es menos útil tener idea de ellos: esto nos ayudará a comprender más claramente el problema de la estructura del poder en los Estados Unidos, y, dentro de ella, la posición de minoría del poder.

Decir que en la sociedad moderna hay gradaciones manifiestas de poder y de oportunidades para decidir, no es decir que los poderosos estén unidos, que sepan plenamente lo que hacen o que participen conscientemente en una conspiración. Estas cuestiones se ven más claramente si, como primera providencia, nos interesamos más por la posición estructural de los altos y poderosos, y por las consecuencias de sus decisiones, que por el grado en que sean conscientes de su papel o por la pureza de sus móviles.

La formación de la «elite» del poder, tal como ahora la conocemos, tuvo lugar durante la Segunda Guerra Mundial y con posterioridad a ella. En el proceso de organizar a la nación para ese conflicto, y con la consecuente estabilización de la postura guerrera, se seleccionaron y formaron ciertos tipos de hombres y, en el transcurso de estos desarrollos institucionales y psicológicos, han surgido entre ellos nuevas oportunidades e intenciones.

Como el ritmo de la vida norteamericana en general, las tendencias a largo plazo de la estructura del poder han sido grandemente aceleradas desde la Segunda Guerra Mundial, y ciertas tendencias más recientes en las instituciones dominantes, han contribuido también a dar forma a la elite del poder y un significado históricamente específico a su quinto periodo:

I. En la medida en que la clave estructural de la elite del poder reside hoy en el sector político, dicha clave es la decadencia de la política como debate auténtico y público de soluciones -con partidos nacionalmente responsables y de coherencia política, y organizaciones autónomas que relacionan los niveles inferiores y medios del poder con los niveles más elevados-. Los Estados Unidos son ahora, en gran parte, más una democracia política formal que una estructura social democrática e, incluso, el mecanismo político formal es débil.

La vieja tendencia de que el gobierno y los negocios se entretejan intrincada y profundamente cada vez, ha llegado en la quinta época a su más clara evolución. Ambos elementos no pueden verse ya como dos mundos distintos. Y el acercamiento ha sido más decisivo en los organismos ejecutivos del Estado. El desarrollo del poder ejecutivo del gobierno con sus organismos vigilantes de la compleja economía, no significa sólo la «ampliación del gobierno» como una especie de burocracia autónoma: significa el ascenso del hombre corporativo como eminencia política. Durante el Nuevo Trato (New Deal), los caudillos corporativos entraron en el directorio político; desde la Segunda Guerra Mundial lo han dominado. Unidos desde hace tiempo con el gobierno, ahora dirigen abiertamente la economía de los esfuerzos bélicos y de la posguerra. Este desplazamiento de los dirigentes corporativos hacia el directorio político ha acelerado el arrinconamiento de los políticos profesionales del Congreso en los niveles medios del poder.

II. En la medida en que la clave de la elite poderosa se encuentra hoy en el Estado amplio y militar, dicha clave se evidencia en el ascendiente ejercido por los militares. Los señores de la guerra han logrado una importancia política decisiva y la estructura militar de los Estados Unidos es ahora, en gran parte, una estructura política. La amenaza bélica, al parecer permanente, pone en gran demanda a los militares y su dominio de hombres, material, dinero y poder; virtualmente, todos los actos políticos y económicos se juzgan ahora de acuerdo con definiciones militares; los militares de más categoría ocupan una posición firme en la elite poderosa de la quinta época.

Esto se debe en parte a un simple hecho histórico, trascendental desde 1939: el centro de atención de la elite se ha desplazado de los problemas internos, concentrándose alrededor del 30 en la quiebra, hacia los problemas internacionales, concentrados del 40 al 50 en torno a la guerra. Puesto que el mecanismo del gobierno en los Estados Unidos ha sido adaptado y utilizado por larga tradición histórica para la oposición y el equilibrio domésticos, no tenía, desde ningún punto de vista, organismos y tradiciones aptos para el manejo de los problemas internacionales. El mecanismo democrático formal surgido en el siglo y medio de desarrollo nacional anterior a 1941, no se había extendido al manejo de los asuntos internacionales. La elite del poder creció, parcialmente, en este vacío.

III. Era el grado en que la clave estructural de la elite del poder reside hoy en el sector económico, dicha clave consiste en el hecho de que la economía es a la vez una economía de guerra permanente y una economía corporativa privada. El capitalismo norteamericano es ahora, en gran medida, un capitalismo militar y la relación más importante entre la gran corporación y el Estado se funda en la coincidencia de intereses de las necesidades militares y corporativas, tal como las definen los señores de la guerra y los señores de las corporaciones. Dentro de la minoría en conjunto, dicha coincidencia de intereses de los altos militares y los jefes corporativos, fortalece a ambos y además supedita el papel de los hombres meramente políticos. No son los políticos, sino los jefes de las empresas quienes consultan con los militares y proyectan la organización de los esfuerzos bélicos.

La inquieta coincidencia de los tres poderes

La forma y el significado de elite del poder de hoy sólo puede entenderse cuando estas tres series de tendencias estructurales se contemplan en el punto en que coinciden. El capitalismo militar de las corporaciones privadas existe en un sistema democrático debilitado y formal que encierra un sector militar ya muy político por sus puntos de vista v su conducta. Por lo tanto, en la cima de esta estructura, la elite del poder ha sido formada por la coincidencia de intereses entre los que dominan los principales medios de producción y los que controlan los instrumentos de violencia recientemente incrementados; por la decadencia del político profesional y el ascenso al mando político de los dirigentes corporativos y los militares profesionales por la falta de un auténtico servicio civil adiestrado e íntegro, independiente de los intereses creados.

La elite poderosa se compone de hombres políticos, económicos y militares, pero esta elite establecida no se halla exenta de cierta tensión: sólo se une en determinados puntos coincidentes y en ciertas «crisis». Durante la larga paz del siglo XIX, los militares no formaban parte de los altos consejos del Estado, ni del directorio político, como tampoco eran hombres del mundo económico; hacían incursiones en el Estado, pero no se incorporaban a su directorio. Hacia el 30 dominaba el hombre político. Ahora el militar y el empresario ocupan los primeros puestos.

De los tres círculos que integran la elite del poder de hoy, el militar es el que más ha aprovechado su aumento de poder aunque los círculos corporativos se han atrincherado asimismo de un modo más abierto en los círculos donde se elaboran las decisiones públicas. El político profesional es quien más ha perdido, tanto que al examinar los acontecimientos y las decisiones, sentimos la tentación de hablar de un vacío político, donde gobiernan la riqueza corporativa y el sector de la guerra, con intereses coincidentes…

Pero, históricamente, debemos ser siempre concretos y admitir las complejidades. El criterio marxista simple hace del gran personaje económico el verdadero depositario del poder; el simple punto de vista liberal hace del gran político la cabeza del sistema de poder; y también hay algunos que consideran al señor de la guerra como un auténtico dictador. Cada uno de estos criterios está excesivamente simplificado. Para evitarlos, utilizamos el término «elite del poder» mejor que, por ejemplo, «clase dirigente».

«Clase dirigente» es una expresión mal entendida. «Clase» es un término económico; «dirigir» es término político. Así la frase «clase dirigente» contiene la teoría de que una clase económica dirige políticamente. Esta teoría resumida puede ser o no cierta a veces, pero no queremos transmitir esa teoría, bastante sencilla, en los términos que utilizamos para definir nuestros problemas; queremos exponer las teorías explícitamente, emplearlo términos de significado mas preciso y unilateral. Concretamente, la frase «clase dirigente», en sus connotaciones política comunes, no concede bastante autonomía al origen político y a sus agentes, y no dice nada de los militares como tales. El lector debe saber ya a estas alturas que no aceptamos el simple punto de vista de que los grandes hombres del sector económico toman unilateralmente todas las decisiones de importancia nacional. Sostenemos que este simple criterio de «determinismo económico» debe ser elaborado por «deber ministro político» y «determinismo militar», que los más altos agentes de cada uno de estos tres sectores disfrutan ahora de un grado visible de autonomía; y que sólo elaboran y aplican las decisiones más importantes con los trámites a menudos intricados de una coalición. Estas son las principales razones por las que preferimos «elite del poder», a «clase dirigente», como expresión característica que denomina los altos círculos, cuando los consideramos en términos de poder.

En la medida en que la elite del poder ha llegada a ser objeto de la atención pública, lo ha hecho como «camarilla militar». La elite del poder debe su forma actual al ingreso en ella de los militares. Su presencia y su ideología constituyen sus principales legitimaciones, siempre que dicha minoría siente la necesidad de recurrir a ellas. Pero lo que se llama la «camarilla militar de Washington» no se compone sólo de militares ni existe únicamente en Washington. Sus miembros se encuentran en todo el país y se trata de una coalición de generales que desempeñan el papel de directores corporativos, de políticos disfrazados de almirantes, de directores corporativos que actúan como políticos, de empleados civiles que llegan a alcaldes, de vicealmirantes que son también colaboradores de un funcionario del Gabinete el cual es, de paso, realmente un miembro de la minoría directora.

Aquí no resultan adecuadas la idea de una «clase dirigente», ni de un simple auge monolítico de «políticos burocráticos», ni de una «camarilla militar». La minoría poderosa incluye a veces, en inquieta coincidencia, los poderes económico, militar y político…

CHARLES W. MILLS, “Las fuentes del poder en la sociedad” en Amitai Etzioni y Eva Etzioni, Los cambios sociales, FCE, México 1968, pp. 119-125

Manifiesto por la Libertad de Conciencia

Sorprende que a más de una década, el documento tiene más vigencia que nunca…

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Manifiesto por la libertad de conciencia

Traducido al español por José Ramón González Chávez

Domingo 3 de julio de 2011

  • La humanidad ha nacido libre.
  • La naturaleza no ha creado ni valores, ni religiones, ni iglesias, ni la censura, ni la propiedad.
  • La humanidad se ha hecho a si misma, saliendo de la prehistoria en una larga lucha contra las dificultades terribles de un mundo que ni conocía ni entendía; escapando de forma gradual a las limitaciones y los obstáculos, incluidos aquellos que ella misma creó, haciendo valer sus derechos.
  • Los derechos de la humanidad no son ni solemnes ni desgarrados frente a otros supuestos «derechos» de origen desconocido. Ellos existen porque la humanidad existe.
  • Los derechos de la humanidad son «verdades evidentes por sí mismas». El primero de estos derechos, es el derecho a pensar libremente. La libertad primera y fundamental es la libertad de conciencia.
  • De hecho, antes de las iglesias, está la Humanidad. En efecto, por encima de la iglesia, está la Humanidad. Dioses, iglesias, supersticiones, dogmas, todos ellos no son mas que creaciones humanas.

Cada vez más conciencia

«Más luz! «

  • A siglos de distancia, hacemos nuestra la frase póstuma de Goethe.
  • La libertad de conciencia es la libertad de la humanidad para explorar y examinarse si misma.
  • La humanidad es falible e imperfecta, ya que está dotada de razón, por supuesto de critica.
  • Lo que la humanidad ha hecho, puede deshacerlo.
  • Las generaciones sucesivas no pueden ser mutuamente vinculadas entre sí y para siempre.
  • A la diferencia de las religiones, la humanidad libre y consciente negó, y niega la infalibilidad.
  • La humanidad es perfectible, es decir, se puede corregir y mejorar, no ve el cielo como un pasado culpable y acabado ni como un porvenir inaccesible y mítico, sino como una parte de todos los días, permitida por la libertad de conciencia.
  • Podemos decir, después de Protágoras que «el hombre es la medida de todas las cosas»
  • La mente humana es ilimitada. Capaz de dividir las células más pequeñas del universo, también es capaz de cambiar su propia estructura, para conquistar planetas, para trabajar en el origen del mundo y pensar sobre su propio futuro y por desgracia posee tambien la posibilidad de programar su propia destrucción.
  • El destino de la humanidad es el proyecto de la humanidad y en la mitología Prometeo, el rebelde, tenía razón al arrebatar el fuego a aquellos que eran los dueños para darlo a los hombres. Es una metáfora para la humanidad en su lucha por la emancipación, afirmando la libertad de conciencia, que no es otra cosa que la libertad de la humanidad.
  • La humanidad siempre se ha enfrentado a los dogmas religiosos.
  • Cada vez que la humanidad ha avanzado, independientemente de la forma de afirmar sus derechos, las iglesias le han condenado.

Historia

  • La lista de los mártires y héroes de la libertad de conciencia es interminable, más allá de los breves recuerdos que podemos hacer aquí:

     – Sócrates fue condenado a la cicuta porque él llamó a los jóvenes a pensar por sí mismo.

     – El filósofo de la Sorbona, Abelardo fue mutilado al sentir que su propia opinión valía tanto como la de sus «padres».

     – El científico Galileo fue condenado por no cumplir las verdades profesadas en la Biblia sino las que producieron sus

       propias investigaciones.

     – Sucedió lo mismo con Etienne Dolet, Giordano Bruno, Miguel Servet., Vanino Vanini y muchos otros.

  • Cuando fue publicado el primer texto que estableció derechos humanos en Occidente (la «Carta Magna de Juan sin Tierra» en Inglaterra, en 1215)   el arzobispo de Canterbury, Langton, que había apoyado el texto, fue suspendido por el Papa.
  • La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, en Francia, fue condenada por el Papa.
  • Charles Bradlaugh, que fue elegido democráticamente al parlamento de Westminster en 1880, libro una larga batalla por el derecho de sentarse en el Parlamento sin tener que jurar fidelidad a la fe anglicana.
  • El profesor y librepensador de España, Francisco Ferrer i Guardia fue asesinado en 1909 a petición de la jerarquía católica.
  • El librepensador Chevalier de la Barre, fue ejecutado por orden de la Iglesia
  • El líder de la libertad de pensamiento alemán Max Sievers fue ejecutado en Hamburgo en 1943 por los nazis.

La lista es larga …

Refleja la lucha incesante entre el dogma y la libertad de conciencia.

Hoy en día

  • Todo el mundo ve que las iglesias siguen reprimiendo y persiguiendo las conciencias. Las iglesias no han cambiado.
  • A modo de ejemplo, en Pakistán, el Dr. Younus Shaikh, acusado de blasfemia fue condenado a muerte en 2001 solicitó refugio en Europa, la que le fue concedida después de una campaña internacional de solidaridad. Pasó más de 3 años en el «corredor de la muerte».
  • En Nigeria, el militante Leo Igwe ha sido varias veces detenido y golpeado por la policía por defender a los acusados de «brujería». Fue puesto en libertad en enero de 2011, después de una campaña internacional en su nombre.
  • El juez italiano Luigi Tosti continúa liderando la lucha para ser reintegrado en todos sus derechos después de haber sido destituido de su cargo por haberse negado a celebrar una reunión en una sala de justicia decorada con un crucifijo.
  • El «Great Room», una apelación formal ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, incautado por el gobierno de Berlusconi, el 18 de marzo de 2011, ha dado razón al Estado italiano que pretende seguir imponiendo la presencia de crucifijos en las escuelas públicas en la península (caso conocido como «Lautsi).
  • Hay muchos otros ejemplos, como la reciente destrucción de obras de arte en Avignon en Francia, por un comando católico, que las consideró «blasfemas».

Arrebatar, defender o restaurar la libertad de conciencia

  • Al igual que cualquier ley, la libertad de conciencia debe ser incluida en los textos, sean declaraciones, constituciones, leyes o instrumentos jurídicos. En algunos países, estos textos existen, como en el caso de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que dice: «El Congreso no aprobará ninguna ley que otorge una preferencia a una religión, o prohibiendo el libre ejercicio, limitando la libertad de expresión, la libertad de la prensa o el derecho de los ciudadanos a reunirse pacíficamente y para enviar peticiones al gobierno para la reparación de los daños sufridos. «(1791). Tambien, la Ley de Separación de Iglesia y Estado en Francia (1905) postula que: » La República no reconoce, sufraga ni subvención a ninguna religión. En consecuencia, a partir del 1 de enero siguiente a la promulgación de esta Ley, deberán ser retirados de los presupuestos del Estado, de los departamentos y municipios, todos los gastos relacionados con el ejercicio de la religión «. Igulamente la Carta Magna de Portugal, la de la Rusia revolucionaria en 1917, el referéndum constitucional en Bolivia (2009) la Constitución «provisional» de Nepal (2007), entre otros. Vale la pena recordar que estos textos son a menudo maltratados y que su defensa o recuperación son necesarias, como en el caso de Francia, donde todos los gobiernos desde el gobierno de Vichy han violado la Ley de Separación entre la Iglesia y el Estado.
  • Por eso saludamos a todos los combates que caminan en dirección a la libertad de conciencia, incluyendo la reciente derogación del delito de blasfemia en el Reino Unido.
  • En Polonia, en marzo de 2010, la revista GOSC Niedzielny Episcopal archidiócesis de Katowice fueron condenados por haber comparado la feminista Alicja Tysiac con los criminales de guerra nazis. Otros ejemplos de victorias son conocidos.
  • Acogemos con satisfacción las manifestaciones anticlericales en Polonia, Italia, y saludamos a las Decenas de miles de personas que marchan por las calles de Beirut diciendo «El secularismo es la solución» en un país donde el sistema es una mezcla compleja de cuotas de reparto de poder basado en la comunidad; de miles de manifestantes que en Túnez hacen suyo el lema «La laicidad y la tolerancia = Libertad Para Túnez laica»; los miles de manifestantes que marcharon en Londres durante la visita del jefe de la Iglesia Católica a decir» ¡Que pague el Papa; igual los manifestantes laicos en España …
  • Bajo todas las latitudes, en todos los continentes, la forma es variable, pero el fondo es el mismo: la exigencia de la libertad de conciencia!
  • Nosotros luchamos por la derogación de todos los concordatos, en contra de todas las guerras de religiones y en contra de cualquier «choque de civilizaciones»

Reflexiones

  • Nuestras tradiciones y nuestras luchas, incluyendo las mociones y resoluciones del Congreso Mundial del libre Pensamiento en Roma en 1904, son la promesa y la promesa de nuestros compromisos.
  • En la tradición del Congreso Mundial de Roma en 1904, los presentes o representados en el Congreso Mundial de Oslo, 12 de agosto de 2011, de fundación de la AILP (Asociación Internacional de Libre Pensamiento) deciden implementar dos campañas: la verdad sobre la financiación de la religión y la justicia para las víctimas de las Iglesias.
  • Porque estamos a favor de la libertad de conciencia, que implica la separación de Iglesia y Estado, queremos claridad en la financiación de las religiones, esta «economía púrpura» que une a los presupuestos del Estado a costa de la Salud, la Educación, a favor de beneficiarios sólo que se califican como «guías espirituales».
  • Queremos justicia para las víctimas de las Iglesias.
  • La justicia no es el arrepentimiento. Este es un conjunto de conceptor que las iglesias religiosas, colocan por encima de las leyes humanas.
  • Queremos justicia, lo que implica que si se reconoce culpable se apliquen sanciones jurídicas, financieras y morales.
  • Justicia para las víctimas de abuso sexual de Iglesias; se ha demostrado que el abuso sexual realizado por los clérigos es una institución desde la época de la Inquisición.
  • Justicia para las víctimas de la discriminación, el IV Concilio de Letrán de 1215, condenando a los Judios a llevar un distintivo amarillo, la Inquisición golpeando judíos, musulmanes o «herejes».
  • Justicia para los pueblos colonizados y «evangelizados» privados de sus derechos y su tierra en África, Asia, América Latina, América del Norte. Hacemos nuestras las palabras de J. Kenyatta «Cuando los blancos vinieron a África, teníamos la tierra y ellos tenían la Biblia. Nos enseñaron a rezar con los ojos cerrados: Cuando los abrimos, la tierra era de los blancos y nosotros teníamos la Biblia. «
  • Queremos que la plena libertad de investigación científica en el respeto de la conciencia individual.
  • Queremos que el derecho de las mujeres a controlar sus cuerpos.
  • Queremos la separación completa de la educación y la religión y que ésta no puede impartirse en la escuela pública. Las familias pueden aprender lo que consideren bueno para sus hijos.
  • Basta de reproches a las opiniones de los hombres.
  • Criticamos las instituciones religiosas por pretender imponer sus puntos de vista.

Perspectivas

  • Nosotros, presentes o representados en el Congreso Mundial del Libre Pensamiento en Oslo, tanto por nuestra investigación sobre la situación que guarda un asunto fundamental como la libertad de conciencia, sin perjuicio de la labor que realizan otras asociaciones y organizaciones, nacionales e internacionales, afirmamos que:

     – La libertad de conciencia es un elemento constitutivo de la democracia;

     – La libertad de conciencia es parte integrante de la emancipación de la Humanidad.

     Nos comprometemos a:

     – Defender la Libertad, en todas partes y para todos

     – Expresar solemnemente nuestra solidaridad fraternal a todos los que son o pudieran ser perseguidos por sus opiniones.

     – Pedir a todos aquellos que se reconocen en este manifiesto a unirse a esta lucha.

Este Manifiesto es objeto de debate y sera propuesto a la votación del Congreso Mundial de Librepensadores de Oslo, que se celebrará 10 de agosto 2011. Este Congreso Mundial se realizará con miras a reconstituir la Asociación Internacional del Libre Pensamiento

FUENTE: www.cilalp.org/

Los 12 principios básicos de la Economía en Red

LOS 12 PRINCIPIOS BÁSICOS DE LA ECONOMÍA EN RED

Por José Ramón González Chávez

Bienvenido siglo XXI. En espera de sus comentarios, observaciones adiciones etc en este espacio. Saludos

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LOS DOCE PRINCIPIOS DE LA ECONOMÍA DE RED

En un artículo pionero publicado en la revista Wired (Septiembre 5 de 1997) Kevin Kelly describió los Doce principios de la Economía de red. Según Kelly, las nuevas economías emergentes representan una revolución tectónica en nuestro mundo, un cambio social que reordena nuestras vidas mucho más que un simple software o hardware jamás podrían hacerlo. Tiene sus propias oportunidades fácilmente reconocibles y sus propias y nuevas reglas. Aquellos que cumplan las nuevas reglas prosperarán, mientras que quienes las ignoren no lo harán.

Kelly aduce que las nuevas reglas que rigen la reestructuración global giran en torno a 4 ejes principales:

  • En primer lugar, en este nuevo régimen, la riqueza fluye directamente de la innovación, no de la optimización; es decir, que la riqueza no se logra perfeccionando lo conocido, sino tratando de aprehender lo desconocido, aunque sea imperfectamente;
  • Segundo, el entorno ideal para cultivar lo desconocido consiste en utilizar la suprema agilidad y las ilimitadas posibilidades de las redes;
  • Tercero, la domesticación de lo desconocido implica inevitablemente el abandono de lo conocido, por exitoso que sea, deshaciendo lo perfeccionado; y por último:
  • Cuarto, en la telaraña cada vez más intrincada de la Economía de Red, el ciclo de «buscar, desarrollar y destruir» tiene lugar mucho más rápida e intensamente que antes.

Los siguientes 12 principios de la Economía de Red (Nueva Economía) pretenden proporcionar Nuevas reglas para la Era de Internet.

1. La Ley de la Conexión – Invierta en la mejor conexión: Del decadente microcosmos de los chips al floreciente telecosmos de las conexiones.

2. La Ley de la Plenitud – Más genera más: Los matemáticos han comprobado que la sumatoria de una red aumenta al cuadrado el número de miembros. En otras palabras, a medida que la cantidad de nodos de una red aumenta aritméticamente, el valor de la red crece exponencialmente.

3. La Ley del Valor Exponencial – El éxito no es lineal: Durante los primeros 10 años, las ganancias de Microsoft fueron ínfimas. Sus ganancias comenzaron a ser noticia alrededor de 1985. Pero una vez que comenzaron a crecer, explotaron y no dejaron de hacerlo.

4. La Ley de los Puntos de Quiebre – La importancia precede al impulso: En epidemiología, el punto en que una enfermedad ha infectado a suficientes anfitriones como para pasar de ser una mera infección local a una epidemia incontrolable en gran escala se denomina punto de quiebre. El impulso del contagio ha alcanzado el máximo en su camino ascendente enfrentando todas las vicisitudes para comenzar un sencillo descenso cuesta abajo. En biología, los puntos de quiebre de enfermedades fatales son bastante altos, pero en tecnología, estos parecen desencadenarse con menores porcentajes de individuos o víctimas.

5. La Ley de las Ganancias Crecientes – Trace círculos virtuosos, no viciosos: El valor eclosiona junto con la cantidad de miembros, y la explosión de valor atrae nuevos miembros, haciendo que el resultado sea compuesto. Un viejo adagio lo dice todo sucintamente: Aquellos que tienen recibirán.

6. La Ley del Precio Inverso – Anticípese al precio bajo: A través de la mayor parte de la Era Industrial, los consumidores obtenían leves mejoras de calidad con leves incrementos de precio. Pero con la llegada del microprocesador, la ecuación de precios se invirtió. En la Era de la Información, los consumidores esperan, con el tiempo, una calidad significativamente superior a un precio menor. Las curvas de precio y calidad se alejan tan drásticamente que a menudo parece que cuanto mejor es un objeto, más barato costará.

7. La Ley de la Generosidad – Siga lo gratuito: Hoy en día, regalar prácticamente los productos es una estrategia meditada y aplaudida que se apoya en las nuevas reglas de las redes. Como el aumento exponencial de los conocimientos de la red reduce el precio, el costo marginal de una copia adicional (tangible o intangible) es prácticamente nulo. Como el valor se aprecia en proporción a la abundancia, al existir una enorme cantidad de copias que inundan el mercado, aumenta el valor de todas las copias. Como a medida que las copias acumulan valor, más deseables son, la diseminación del producto se convierte en una autogratificación. Una vez establecido el valor y la calidad de indispensable del producto, la compañía vende servicios o actualizaciones adicionales, que le permiten continuar con su gran generosidad y mantener este círculo maravilloso.

8. La Ley de la Lealtad – Alimente a la red primero. La característica distintiva de las redes es que no tienen un centro ni límites definidos. La distinción principal entre nosotros y ellos, ejemplificada alguna vez por la lealtad del hombre a su organización durante la Era Industrial, se torna menos significativa durante la Economía de Red. Lo único que importa hoy es si uno está dentro o fuera de la red.

9. La Ley de la Involución – Abandone cuando esté en la cima del ciclo de vida de su producto. La naturaleza biológica de esta era implica que la desintegración repentina de los dominios establecidos será tan inevitable como la aparición repentina de los nuevos. En la Economía de Red, la posibilidad de abandonar un producto, ocupación o industria en su punto álgido, no tendrá precio.

10.  La Ley de la Destitución – Gana el neto. La pregunta «¿Cuánto crecerá el comercio en línea?» cada vez tendrá menos importancia porque la totalidad del comercio se está desplazando a Internet.

11.  La Ley de la Agitación – Busque un desequilibrio sostenible. La Economía de Red pasa del cambio a la agitación. El cambio, incluso en su forma más tóxica, significa rápidas diferencias. Por su parte, la agitación, es algo así como el dios hindú Shiva, una fuerza creativa de destrucción y génesis. La agitación tumba a aquellos sostenidos artificialmente y crea una plataforma ideal para la innovación y el nacimiento. Se trata de un «renacimiento exponencial». Y este génesis permanece al borde del caos.

12.  La Ley de las Ineficiencias – No resuelva problemas. En la Economía de Red, la productividad no es el cuello de botella. Nuestra capacidad de resolver nuestros problemas sociales y económicos estará limitada principalmente por nuestra falta de imaginación para aprovechas las oportunidades, en lugar de tratar de encontrar soluciones. En las palabras de Peter Drucker, y tal como lo citara recientemente George Gilder «No resuelva problemas, busque oportunidades.»

80% de los mexicanos en riesgo de pobreza: CONEVAL

80% DE LA POBLACIÓN, POBRE O EN RIESGO DE SERLO: CONEVAL

En espera de sus comentarios, notas, observaciones, reacciones, etc. saludos

José Ramón González Chávez

Entre 2010 y 2012 aumentó la pobreza en el país, al pasar de 52.8 millones a 53.3 millones de personas; que representa casi la mitad de la población en México. Según el reporte “Medición de la Pobreza”, presentado ayer por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), el 45.5% de los mexicanos son pobres y 40.7 millones más (es decir 34.7%) son vulnerables y podrían caer en pobreza, ya sea por tener ingresos bajos o por no tener acceso a la educación, salud, vivienda o seguridad social. En 2010, la población vulnerable fue de 38.8 millones de personas, 1.9 millones de personas menos que en 2012.

Datos de los investigadores de este organismo aseguran que si las cifras no son mayores es debido al aumento de programas sociales y transferencias monetarias, particularmente el Seguro Popular, el programa Piso Firme y Oportunidades. El acceso a la seguridad social, sin embargo, observó retrasos en estos indicadores, ya que hubo un aumento de 2.2 millones de personas que no cuentan con un sistema de pensiones.

Según el Coneval, entre 2010 y 2012 aumentó la población cuyos ingresos estuvieron por debajo de la línea de bienestar, situada en mil 125 pesos por persona al mes en zonas urbanas y en 800 pesos en zonas rurales. La población más afectada por el incremento de la pobreza fue la menor de 18 años, la que vive en zonas urbanas, las personas con discapacidad y los adultos mayores, quienes presentan rezago educativo y falta de oportunidades laborales. Por otra parte, las zonas rurales fueron las que mejoraron más su calidad de vida, pues el porcentaje de pobreza decreció de 64.9% a 61.6%, de 17.2 millones a 16.7 millones. También, 300 mil mexicanos indígenas superaron sus condiciones de marginación, detallan. En cambio, el número de mexicanos en pobreza que viven en zonas urbanas aumentó en un millón de personas.

En estos dos años las personas que no fueron capaces de adquirir la canasta básica alimentaria también aumentaron, al pasar de 23.1 millones de personas en comparación con los 21.5 millones de habitantes en 2010; medida sólo por ingreso; en tanto que la pobreza de capacidades —quienes no pueden cubrir sus gastos en salud y educación— aumentó a 32.9 millones, 2.4 millones de personas más. Se reducen carencias sociales

Gonzalo Hernández Licona, secretario ejecutivo del Coneval, aseguró durante la presentación ayer de este informe que “lo relevante es que a nivel nacional hubo una reducción de carencias sociales, como el acceso a la salud, el acceso a la vivienda y son elementos para la mejora social; pero hubo un incremento de la población por ingresos bajos y un aumento de la población en carencia en la seguridad social, en esta ocasión las mayores coberturas básicas no lograron compensar la problemática del ingreso y por eso el aumento de la pobreza en número de población”. Explicó que “a México le falta mucho por hacer en crecimiento económico, en reducir la informalidad y aumentar la productividad; ya que la pobreza va más allá de la política social y no nos ha ido bien en el tema económico”.

Según este reporte, en los últimos cuatro años la pobreza se ha incrementado en 3.8 millones de personas. A nivel nacional, agrega, sólo 23.2 millones de personas, 19.8%, son consideradas como “no pobres o no vulnerables”. Según el estudio, los cinco estados con la mayor reducción de la pobreza fueron Tabasco, con 7.4 puntos; Zacatecas con 6 puntos; Campeche con 5.8% de reducción; Oaxaca con 5.1% y Veracruz con 4.9 puntos menos de población en condiciones de marginación. Las entidades que empeoraron sus niveles de pobreza fueron: Nayarit, con un incremento de 6.3%; Querétaro con un incremento de 4.2%; Puebla con 3 puntos más; Jalisco con 2.7% de aumento y el Estado de México, con 2.4%. En pobreza extrema el estado con más población es Chiapas con un millón 629 mil personas viviendo bajo estas condiciones. Sin embargo, a nivel nacional en estos dos años el número de personas en marginación extrema se redujo de 11.3% a 9.8%; el número promedio de carencias sociales también disminuyó de 3.8 a 3.7. Sobre las carencias, la que más mejoró fue el acceso a los servicios de salud y aunque en 2010 ya se había registrado un incremento; para 2012, 8.2 millones de personas más ya contaban con el servicio.

También se reportó avances en las carencias por vivienda, pasando de 15.2% a 13.6%. John Scott, consejero académico del Coneval, dijo que existen retos en la política de desarrollo social, “en seguridad social vemos que no hay avances en los últimos dos años, un reto muy importante que no se ha resuelto es la pensión de los adultos mayores y esto indica que se necesita una reforma mucho más amplia para lograrlo”. En la presentación explicó que hay avances en vivienda y educación.

«Yo Acuso» de Emile Zolá: un paradigma en la lucha contra la injusticia

Por José Ramón González Chávez

Hablando sobre jóvenes y justicia, les presento un documento que integra el famoso texto «Yo acuso» de Emile Zolá, que le costara materialmente la vida, pero que a cambio cerrara con broche de oro su paso a la inmortalidad.

La materia del texto es el caso Dreyfus, que le mostró a la humanidad como el no reconocimiento de un error de impartición de injusticia por parte del poder público, no genera más que una injusticia mayor, entre otros monstruos.

El texto está compuesto de distintas cartas y escritos, entre los que se encuentra este que aquí les público, denominado «Carta a los Jóvenes» de cuya lectura se descubren pasajes de sorprendente actualidad. Espero que sea de su interes. Saludos.

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Nota sobre el caso Dreyfus

En 1894, los servicios de contraespionaje (Service de Renseignements) del Ministerio de la Guerra francés interceptan un documento dirigido al agregado militar alemán en París, Schwartzkoppen, en el que se menciona en nota manuscrita el anuncio del envío de informaciones concretas sobre las características del nuevo material de artillería francés. El riesgo de escándalo es más preocupante que la propia filtración; había, pues, que encontrar a un culpable. Basándose en el escrito, los expertos comparan letras de los oficiales del Estado Mayor y concluyen que el capitán Alfred Dreyfus, de treinta y cinco años, judío y alsaciano, es su autor. El 15 de octubre de ese año Dreyfus es arrestado, juzgado por un consejo de guerra y declarado culpable de alta traición.

Pese a las declaraciones de inocencia del acusado (declaraciones que no se hacen públicas), se condena a Dreyfus a la degradación militar (enero de 1895) y a cumplir cadena perpetua en la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Durante el juicio, el general Mercier, ministro de la Guerra, expresa sus convicciones a la prensa y comunica al tribunal que existen pruebas «abrumadoras» de la culpabilidad de Dreyfus, pruebas que no puede mostrar porque pondrían en peligro la seguridad de la nación. Hasta ese momento, nadie duda de la existencia de dichas pruebas. Únicamente la familia de Dreyfus, convencida de su inocencia, habla de error judicial y busca apoyos entre los politicos y la prensa para conseguir la revision del juicio.

En marzo de 1896, el nuevo responsable del Service de Renseignements, el coronel Picquart, descubre un telegrama dirigido por el agregado militar alemán Schwartzkoppen a un oficial francés de origen húngaro, el comandante Esterhazy; el telegrama no deja dudas de que este ultimo es el informador de Schwartzkoppen en el Estado Mayor francés. La letra de Esterhazy, que se parece a la de Dreyfus, es, sorprendentemente, muy similar a la del famoso escrito. Picquart informa a sus superiores y expresa su convicción de que fue un error atribuir el escrito a Dreyfus. El Estado Mayor destina a Picquart a la frontera del este y, posteriormente, a Túnez. Los tribunales militares, dominados por camarillas de extrema derecha y antisemitas, se niegan a revisar el caso Dreyfus y tratan de sofocar el escándalo, pero no logran evitar que algunos rumores alerten a personalidades de la izquierda.

En 1897 -con la ayuda del periodista Bernard Lazare, del senador Scheurer-Kestner y del diputado Joseph Reinach-, Mathieu Dreyfus, hermano de Alfred, promueve una campaña en Le Figaro para exigir que se investigue a Esterhazy y se revise el juicio de 1894. La extrema derecha reacciona de inmediato. Indignado, Émile Zola, próximo a la izquierda radical y a grupos socialistas, entra en liza. La campaña de Le Figaro rompe la conspiración de silencio.

En diciembre de 1897, Esterhazy, cuya letra es idéntica a la de los facsímiles del escrito que la prensa ha reproducido, es inculpado y comparece ante un tribunal militar; contra todo pronóstico, los jueces lo absuelven en enero de 1898, al tiempo que el presidente del Consejo de Ministros, Méline, rechaza la revision del caso Dreyfus: «El caso Dreyfus no existe». Zola, consciente de los riesgos que corre, plantea la cuestión ante la opinion pública en su célebre carta al presidente de la República, titulada «Yo acuso» y publicada el 13 de enero en L’Aurore. Ese mismo día, la policía detiene al teniente coronel Picquart. La polémica enardece al país y se desencadenan las hostilidades entre la derecha militarista y la izquierda socialista o radical, entre las corrientes nacionalistas antisemitas y los defensores del Derecho, entre el integrismo católico y los adalides del libre pensamiento. Llueven insultos y críticas sobre Zola. En estas circunstancias, aparece, ya en su sentido moderno, la expresión «los intelectuales», que emplearon los antidreyfusards (Barrès, Drumont, Leon Daudet, Pierre Loti, Jules Verne…) contra los dreyfusards (Zola, Gide, Proust, Péguy, Mirbeau, Anatole France, Jarry, Claude Monet…).

Del 7 al 23 de febrero de 1898, Zolá, amenazado de muerte por los grupos de extrema derecha, comparece ante un tribunal, acusado de difamar a los oficiales y personalidades que había denunciado en su «Yo acuso». Se le declara culpable y se le condena a un año de cárcel, a pagar tres mil francos de multa y se le despoja de la Legión de Honor. Tras recurrir la sentencia, el tribunal de instancia vuelve a condenarle, esta vez, sin embargo, en rebeldía, pues Zola, temiendo por su vida, se ha exiliado en Inglaterra. Semanas después de este segundo juicio, se confirma que el documento que se utilizó para comprometer a Dreyfus en el juicio de 1894 era falso; lo había confeccionado un oficial del Service de Renseignements, el coronel Henry, quien confiesa su culpabilidad el 30 de agosto y el 31 se suicida en la cárcel. El Tribunal Supremo, que había empezado a revisar el expediente Dreyfus en junio, ordenó la revisión del caso.

Zola, pese a la confirmación de la sentencia condenatoria, regresa de su exilio en junio de 1899; el Gobierno renuncia a tomar medidas contra él. Entre agosto y septiembre de ese año, Dreyfus, trasladado a Francia, se somete a un segundo juicio y de nuevo le condenan los tribunales militares, que no acceden a reconocer el error judicial que se cometió en 1894; el 19 de septiembre, el presidente de la República, Loubet, indulta a Dreyfus. Puesto en libertad, gran parte de la opinión pública considera que debe, además, reconocerse su inocencia. Hasta el 12 de julio de 1906 no obtendrá Dreyfus la rehabilitación en el ejército. Cuatro años antes, la noche del 28 al 29 de septiembre de 1902, de regreso a París tras sus vacaciones en Médan, Emilio Zola muere asfixiado en su casa, debido a las exhalaciones de una chimenea. Desde 1898, Zola había recibido numerosas amenazas de muerte, pero este «caso» nunca llegó a esclarecerse. Dreyfus, por su parte, falleció en 1935 ocupando un alto cargo oficial. Quedaron dudas sobre su inocencia hasta la publicación de los Carnets de Schwartzkoppen en 1930: Dreyfus inocente, Esterhazy culpable.

CARTA A LA JUVENTUD

Emile Zolá

(Este texto apareció publicado como folleto y se puso a la venta el 14 de diciembre de 1897)

Como no encontré ningún periódico dispuesto a aceptar mis artículos, y además deseaba sentirme del todo libre, proyecté continuar mi campaña mediante una serie de folletos. Primero quise lanzarlos un día fijo, con regularidad, uno por semana. Después preferí controlar las fechas de publicación, de modo que pudiese elegir el momento a intervenir según los temas y sólo los días que me parecieran útiles.

¿Adónde vais, jóvenes, adónde vais, estudiantes que corréis en grupos por las calles, manifestándoos en nombre de vuestras iras y de vuestros entusiasmos, sintiendo la necesidad irresistible de lanzar públicamente el grito de vuestras conciencias indignadas?

¿Vais a protestar contra algún abuso del poder, han ofendido vuestro anhelo de verdad y equidad, ardiente aún en vuestras almas jóvenes, almas que ignoran los arreglos políticos y las cobardías cotidianas de la vida?

¿Vais a reparar una injusticia social, vais a poner la protesta de vuestra juventud vibrante en la balanza desigual donde, con tanta falsedad, se pesa el sino de los afortunados y de los desheredados de este mundo?

¿Vais, para defender la tolerancia y la independencia de la raza humana, a silbar a algún sectario de la inteligencia, de estrecha mollera, que ha pretendido conducir vuestras mentes liberadas hacia el antiguo error proclamando la bancarrota de la ciencia?

¿Vais a gritar, al pie de la ventana de algún personaje esquivo a hipócrita, vuestra fe inquebrantable en el porvenir, en ese siglo venidero que representáis y que ha de traer la paz al mundo en nombre de la justicia y del amor?

«¡No, no! ¡Vamos a abuchear a un hombre, a un anciano que, tras una larga vida de trabajo y de lealtad, imaginó que podía sostener impunemente una causa generosa, que podía querer que se hiciera la luz y se reparara un error, por el mismo honor de la patria francesa!»

¡Ah!, cuando yo era joven, vi cómo se estremecía el Barrio Latino con las orgullosas pasiones de la juventud, el amor a la libertad, el odio a la fuerza brutal que aplasta cerebros y oprime almas. Lo vi, bajo el Imperio, entregado de lleno a su esforzada labor de oposición, a veces incluso injusto, pero siempre por un exceso de amor a la libre emancipación humana. Silbaba a los autores gratos a las Tullerías, se ensañaba con los profesores cuyas enseñanzas le parecían sospechosas, se alzaba contra cualquiera que se declarase en favor de las tinieblas y de la tiranía. En él ardía el fuego sagrado de la hermosa locura de los veinte años, cuando todas las esperanzas son realidades, cuando el mañana aparece como el triunfo indudable de la Ciudad perfecta.

Y si nos remontáramos más atrás en esta historia de las nobles pasiones que han alzado a la juventud de las universidades, veríamos a ésta siempre indignada ante la injusticia, estremecida y sublevada a favor de los humildes, de los abandonados, de los perseguidos, contra los crueles y los poderosos. Se ha manifestado en favor de los pueblos oprimidos, ha abrazado la causa de Polonia, de Grecia, se ha erigido en defensora de cuantos sufrían, de cuantos agonizaban bajo la brutalidad de una masa o de un déspota. Si corría la voz de que el Barrio Latino estaba en ascuas, no había duda de que detrás ardía una llama de justicia juvenil, ajena a precauciones, que acometía con entusiasmo obras dictadas por el corazón. ¡Y qué espontaneidad entonces, qué torrente desbordado corría por las calles!

Ya sé que hoy el pretexto sigue siendo la patria amenazada, Francia entregada al enemigo vencedor por una pandilla de traidores. Yo sólo le pregunto al país dónde podremos encontrar la clara intuición de las cosas, la sensación instintiva de lo que es verdad, de lo que es justo, como no sea en esas almas nuevas, en esos jóvenes que nacen a la vida pública y a quienes nada debería ofuscar su razón recta y buena. Que los políticos deteriorados por años de intriga, que los periodistas desequilibrados por todas las componendas de su oficio puedan aceptar las mentiras más impúdicas, puedan hacer la vista gorda ante abrumadoras evidencias, es explicable, comprensible. Pero ¿la juventud? Muy gangrenada ha de estar para que su pureza, su candor natural no se reconozca a simple vista en medio de los inaceptables errores y no se enfrente directamente a lo que es evidente, a lo que está claro, luminoso como la luz del día.

La historia es sencilla. Han condenado a un oficial y a nadie se le ocurre sospechar de la buena fe de sus jueces. Lo han castigado siguiendo el dictado de sus conciencias, basándose en pruebas que creyeron veraces. Después, un día, sucede que un hombre, que varios hombres, tienen dudas y acaban por convencerse de que una de las pruebas, la más importante, la única al menos en la que se apoyaron públicamente los jueces, ha sido atribuida erróneamente al condenado, y que no cabe duda de que esa prueba procede de la mano de otro. Y lo dicen, y ese otro es denunciado por el hermano del preso, cuyo estricto deber era hacerlo; y así, a la fuerza, empieza un nuevo juicio que, si resultase en una condena, conllevaría la revision del primer caso.

¿No es todo esto perfectamente diáfano, justo y razonable? ¿Dónde ven la maquinación, el perverso complot para salvar a un traidor? Simplemente deseamos, ¿quién lo niega?, que el traidor sea un culpable y no un inocente que expía el crimen. Ya lo tendréis a vuestro traidor; la cuestión está en que os den el auténtico.

¿No debería bastar un mínimo de sentido común? ¿A qué móvil obedecerían, así pues, los hombres que persiguen la revisión del caso? Descartad el antisemitismo estúpido, cuya cruel monomanía no ve en eso más que un complot judío, el oro judío, que trata de sustituir en el calabozo a un judío por un cristiano. No existe base alguna, las inverosimilitudes y las imposibilidades se derrumban unas tras otras, ni todo el oro del mundo podría comprar ciertas conciencias. Y hay que llegar a la realidad, que es la expansión natural, lenta, invencible de todo error judicial. La historia es eso. Un error judicial es una fuerza que avanza: unos hombres con conciencia se ven sometidos, asediados, se entregan con creciente obstinación, arriesgan su fortuna y su vida para que se haga justicia. Y no hay otra explicación posible a lo que hoy está pasando; el resto se limita a abominables pasiones políticas y religiosas, al torrente desbordado de calumnias a injurias.

Pero ¿qué excusa tendría la juventud si sus ideas de humanidad y de justicia se hubieran debilitado por un instante? En la sesión del 4 de diciembre, una Cámara francesa se cubrió de oprobio al votar una orden del día «que condena a los instigadores de la odiosa campaña perturbadora de la conciencia pública». Lo digo en voz alta, con vistas al futuro que, espero, ha de leerme: un votación como ésa es indigna de nuestro generoso país, y quedará como una mancha imborrable. Los «instigadores» son los hombres con conciencia y con valentía que, seguros de un error judicial, lo han denunciado para que se repare, en la convicción patriótica de que una gran nación donde un inocente agoniza entre torturas sería una nación condenada. La «odiosa campaña» es el grito de la verdad, el grito de la justicia emitido por esos hombres, es el empeño con que desean que Francia siga siendo, ante los pueblos que la contemplan, la Francia humana, la Francia que ha logrado la libertad y que impartirá la justicia. Y, ya lo veis, seguramente la Cámara ha cometido un crimen, porque ha corrompido incluso a la juventud de nuestras universidades, y ésta, engañada, extraviada, desbocada por nuestras calles, se manifiesta, cosa aún nunca vista, en contra de lo más orgulloso, de lo más valiente, de lo más divino que pueda tener el alma humana.

Después de la sesión del Senado del día 7, la gente habló de hundimiento refiriéndose a Monsieur Scheurer-Kestner. ¡Oh, sí, qué hundimiento en su corazón, en su alma! Imagino su angustia, su tormento al ver cómo se desploma a su alrededor cuanto ha amado de nuestra República, cuanto ha ayudado a conquistar para ella en la gran lucha que ha sido su vida: la libertad, primero, y después las viriles virtudes de la lealtad, de la franqueza y del valor cívico.

Es uno de los últimos que quedan de su preclara generación. Bajo el Imperio, supo lo que era un pueblo sometido a la autoridad de uno solo, y se consumía de fiebre y de impaciencia, la boca brutalmente amordazada, ante las injusticias. Con el corazón desgarrado, vio nuestras derrotas, conoció las causas, todas originadas por la ceguera y la imbecilidad despóticas. Más adelante, fue de los que con mayor inteligencia y ardor trabajaron para levantar el país de sus escombros, para devolverle su lugar en Europa.

Procede de los tiempos heroicos de nuestra Francia republicana, a imagino que debía de considerarse autor de una obra buena y sólida: el despotismo expulsado para siempre, la libertad conquistada, me refiero a esa libertad humana que permite que cada conciencia ejercite su deber en medio de la tolerancia de las demás opiniones.

¡Sí! Todo pudo conquistarse, pero todo vuelve a estar por los suelos una vez más. En torno a él, dentro de él, no hay más que ruinas. Haber sucumbido al anhelo de verdad es un crimen. Haber exigido justicia es un crimen. Retornó el horrible despotismo, la mordaza más dura acalla otra vez las bocas. Quien aplasta la conciencia pública no es ya la bota de un César, sino toda una Cámara que condena a quienes se enardecen por el deseo de lo justo. ¡Prohibido hablar! Los puños machacan los labios de quienes han de defender la verdad, se amotina a las masas para que reduzcan al silencio a los aislados.

Nunca se había organizado una opresión tan monstruosa y dirigida contra la libre discusión. Y reina el más vergonzoso terror, los más valientes se vuelven cobardes, nadie se atreve ya a decir lo que piensa por miedo a que le denuncien acusándole de vendido y traidor. Los escasos periódicos que conservan cierta honestidad se humillan ante sus lectores, quienes se han vuelto locos con tantos chismes estúpidos. Ningún pueblo, creo yo, ha pasado por un momento más confuso, más absurdo, más angustioso para su razón y su dignidad.

Por lo tanto, es cierto, todo el leal y prestigioso pasado de Monsieur Scheurer-Kestner ha debido de hundirse. Si todavía cree en la bondad y en la equidad de los hombres, es que posee un sólido optimismo. Lleva tres semanas viendo cómo le arrastran por el fango porque ha puesto en juego el honor y la alegría de su vejez, porque quiso ser justo. No existe aflicción más dolorosa para un hombre honrado que sufrir martirio a causa de su honradez. Es asesinar en ese hombre su fe en el mañana, envenenarle la esperanza; y si muere dirá: «¡Se acabó, ya no queda nada, todo lo bueno que hice se va conmigo, la virtud solo es una palabra, el mundo es sólo tinieblas y vacío!».

Y para vilipendiar al patriotismo, se ha elegido a ese hombre que es el último representante de Alsacia-Lorena en nuestras Asambleas. ¡Un vendido, él, un traidor, un ofensor del ejército, cuando la simple mención de su nombre debería bastar para tranquilizar las más sombrías inquietudes! No cabe duda de que cometió la ingenuidad de creer que su calidad de alsaciano y su fama de ardiente patriota le valdrían como garantía de su buena fe en sus delicadas funciones de justiciero. Que se ocupase de este caso, ¿no venía a significar que una pronta conclusión le parecía necesaria para el honor del ejército, para el honor de la patria? Dejad que el caso siga arrastrándose más semanas, intentad sofocar la verdad, impedid que se haga justicia y veréis cómo nos habréis convertido en el hazmerreír de toda Europa, cómo habréis situado a Francia a la cola de las naciones.

¡No, no! ¡Las estúpidas pasiones políticas y religiosas no quieren comprender nada, y la juventud de nuestras universidades ofrece al mundo el espectáculo de ir a abuchear a Monsieur Scheurer-Kestner, el traidor, el vendido que insulta el ejército y que compromete a la patria!

Ya sé que el grupo de jóvenes que se manifiesta no representa a toda la juventud y que un centenar de alborotadores por la calle causan más ruido que diez mil trabajadores que se quedan en su casa. Pero cien alborotadores son ya demasiados, y ¡qué desalentador es el síntoma de que ese movimiento, por reducido que sea, se produzca hoy en el Barrio Latino!

Antisemitas jóvenes. ¿Existen, pues, esas cosas? ¿Hay cerebros nuevos, almas nuevas desequilibradas por ese veneno idiota? ¡Qué triste, qué inquietante para el siglo XX que va a iniciarse! Cien años después de la Declaración de los Derechos del Hombre, cien años después del acto supremo de tolerancia y emancipación, volvemos a las guerras de religión, al más odioso y necio de los fantasmas. Eso es comprensible en algunos hombres que desempeñan su papel, que tienen que mantener una actitud y satisfacer una ambición voraz. Pero ¡en los jóvenes, en los que nacen y ayudan a que se desarrollen y expandan todos los derechos y libertades que habíamos soñado ver surgir, fulgurantes, en el próximo siglo! Eran los trabajadores que esperábamos y, en cambio, se declaran ya antisemitas, o sea, que comenzarán el siglo exterminando a todos los judíos porque son ciudadanos de otra raza y de otra fe. ¡Buen principio para la Ciudad de nuestros sueños, la Ciudad de la igualdad y la fraternidad! Si la juventud llegara de veras a ese extremo, sería para echarse a llorar, para negar toda esperanza y toda felicidad humanas. ¡Oh juventud, juventud! Te to ruego, piensa en la gran labor que te espera. Eres la futura obrera, tú pondrás los cimientos de este siglo cercano que, estamos profundamente convencidos, resolverá los problemas de verdad y de equidad planteados por el siglo que termina. Nosotros, los viejos, los mayores, te dejamos el formidable cúmulo de nuestras investigaciones, tal vez muchas contradicciones y oscuridades, pero ciertamente también te dejamos el esfuerzo más apasionado que nunca siglo alguno haya realizado en pos de la luz, los más honestos y más sólidos documentos, los fundamentos mismos de este vasto edificio de la ciencia que tienes que seguir construyendo en pro de tu honor y tu felicidad. Y sólo te pedimos que seas más generosa aún que nosotros, más abierta de espíritu, que nos superes con tu amor a una existencia pacífica, dedicando tu esfuerzo al trabajo, esa fecundidad de los hombres y de la tierra que por fin sabrá lograr que brote la desbordante cosecha de alegría bajo el resplandeciente sol. Nosotros te cederemos fraternalmente el puesto, satisfechos de desaparecer y descansar de nuestra parte de labor en el sueño gozoso de la muerte, si sabemos que tú continuarás y harás realidad nuestros sueños.

¡Juventud, juventud! Acuérdate de lo que sufrieron tus padres, y de las batallas terribles que tuvieron que vencer, para conquistar la libertad de que gozas ahora. Si te sientes independiente, si puedes ir y venir a voluntad o decir en la prensa lo que piensas, o tener una opinión y expresarla públicamente, es porque tus padres contribuyeron a ello con su inteligencia y su sangre. No has nacido bajo la tiranía, ignoras lo que es despertarse cada mañana con la bota de un amo sobre el pecho, no has combatido para escapar al sable del dictador, a la ley falaz del mal juez. Agradéceselo a tus padres y no cometas el crimen de aclamar la mentira, de alinearte junto a la fuerza brutal, junto a la intolerancia de los fanáticos y la voracidad de los ambiciosos. La dictadura ha tocado a su fin.

¡Juventud, juventud! Mantente siempre cerca de la justicia. Si la idea de justicia se oscureciera en ti, caerías en todos los peligros. No me refiero a la justicia de nuestros Códigos, que no es sino la garantía de los lazos sociales. Por supuesto, hay que respetarla; sin embargo, existe una noción más elevada de justicia, la que establece como principio que todo juicio de los hombres es falible y la que admite la posible inocencia de un condenado sin por ello insultar a los jueces. ¿No ha ocurrido ahora algo que por fuerza ha de indignar tu encendida pasión por el Derecho? ¿Quién se alzará para exigir que se haga justicia sino tú, que no estás mezclada en nuestras luchas de intereses ni de personas, que no te has aventurado ni comprometido en ninguna situación sospechosa, que puedes hablar en voz alta, con toda honestidad y buena fe?

¡Juventud, juventud! Sé humana, sé generosa. Aunque nos equivoquemos, permanece a nuestro lado cuando decimos que un inocente sufre una pena atroz y que se nos parte de angustia nuestro corazón sublevado. Basta admitir por un instante el posible error frente a un castigo tan desmesurado para que se encoja el corazón y broten lágrimas de los ojos. Cierto, los carceleros son insensibles, pero tú, ¡tú que aún lloras, tú, afectada ante cualquier miseria, cualquier piedad! ¿Por qué no realizas este sueño caballeresco de defender su causa y liberar al mártir que en algún lugar sucumbe al odio? ¿Quién sino tú intentará la sublime aventura, se lanzará a defender una causa peligrosa y soberbia, se enfrentará a un pueblo en nombre de la justicia ideal? ¿No te avergüenza que sean unos viejos, unos mayores, los que se apasionen, los que cumplan tu tarea de generosa locura?

«¿Adónde vais, jóvenes, adónde vais, estudiantes que corréis por la calle manifestándoos, enarbolando en medio de nuestras discordias el valor y la esperanza de vuestros veinte años?»

«¡Vamos a luchar por la humanidad, la verdad, la justicia!»

Iguales y Diferentes – Alain Tourraine

IGUALES Y DIFERENTES

AlainTouraine (*)

(Reseña)

http://132.248.35.1/cultura/informe/Cap.2.A.T.htm

(*) Sociólogo de la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales (EHESS). Fundador del Centro de Análisis e Intervención Sociológica (CADIS), París(Francia)

Intereses sociales y valores culturales

Nuestra experiencia colectiva esta fuertemente marcada pordos transformaciones recientes: por una parte, las nuevas industrias actúan sobre la cultura y la personalidad, creando lenguajes, imágenes y representaciones del mundo y de nosotros mismos; por otra parte, entran en la economía mundial poblaciones que no se han modernizado poco a poco sino bruscamente, mientras que siguen viviendo en sus antiguas condiciones sociales y culturales. De un lado, pues, ya no podemos considerar que los seres humanos crean su entorno técnico y económico, puesto que desde ahora son las industrias culturales, (en formación) las que crean nuevas representaciones del ser humano;y, de otro lado, descubrimos que es posible innovar no sólo con lo nuevo, como se pensaba en Occidente, sino también con lo viejo, movilizando los recursos culturales y sociales de cada país para que pueda entrar en el sistema económico mundial.

Esta doble transformación hace que los problemas más visibles y los que dan lugar a los mayores conflictos, dramas y esperanzas,sean hoy día los problemas culturales, mientras que los que solíamos llamar problemas sociales parecen mejor controlados en los países industrializados y menos vitales en los países en vías de desarrollo, donde las condiciones de la modernización son más importantes que los problemas internos de una sociedad industrial, todavía en formación.

Pero, si es cierto que los problemas culturales han tomado la delantera a los problemas propiamente sociales y que la reivindicación delos derechos culturales tiene más fuerza que la de los derechos sociales, en ambos casos nos encontramos ante opciones comparables. La modernidad aparece siempre como una ruptura entre la acción racional frente al mundo y, por tanto,la desilusión ante él, por una parte, por otra, la conciencia del propio yo, ya tome la forma de individualismo moral de Kant o la de una identidad comunitaria. Y en todas las situaciones, la llamada a la política, a la acción voluntaria de la sociedad sobre sí misma, es lo único que puede salvar la unidad de nuestra experiencia personal y colectiva.

En las dos grandes situaciones históricas consideradas, una en la que predominan los problemas sociales y otra en la que son más visibles los problemas culturales, se plantea la misma cuestión: cómo combinar la universalidad de los derechos con el reconocimiento de los intereses sociales y los valores culturales particulares. Sin la universalidad de los derechos, una cultura se encierra en su diferencia y, a menudo, en la idea de su superioridad, mientras que la actividad técnica y económica se reduce a la gestión de los medios puestos al servicio de una voluntad política. Se entra entonces en lo que Weber llamaba la guerra de los dioses y que es, de hecho, la guerra de las naciones, de los estados y de los pueblos.

¿Cómo dotar de contenido real a la afirmación de los derechos universales? Para esta pregunta caben tres respuestas principales.

La primera es mantener la llamada a la universalidad de los derechos, es decir a la ciudadanía, en nombre de Dios, de la Raza o de laHistoria, aun a riesgo de aceptar las desigualdades sociales o la  identidad cultural. Inversamente, la segunda consiste en afirmar el valor universal de una cultura particular y, en consecuencia, rechazar todo pluralismo y excluir alas minorías. La tercera sería extender la noción de derechos civiles a los sociales y culturales.

En la época de la primera industrialización, que afectó sólo a algunos países del mundo occidental, estas tres respuestas produjeron,de una parte, un «republicanismo» jurídico, indiferente u hostil alas reivindicaciones obreras; de otra, en sentido opuesto, la voluntad de crear una sociedad de trabajadores, e incluso una dictadura del proletariado; y, por último, en una tercera dirección, la creación de una «democracia industrial», como la llaman los ingleses, que tomó después la forma de la socialdemocracia o del «Estado del bienestar». Lo que nos importa hoy es reformular estas tres respuestas para adaptarlas a los problemas planteados por la afirmación de los derechos culturales.

Tres respuestas

La primera respuesta, que atrae sobre todo a los países con tradición política y democrática más antigua, y en particular a Francia, es la defensa de la universalidad de la cultura y, por tanto, el rechazo de las minorías lo que, en el mejor de los casos, supone una gran apertura de la sociedad que se identifica con valores universales. En cierta medida, es lo que pasó en el Reino Unido y en Francia, al menos cuando estos países se encontraban en situación de superioridad, mientras que hoy están amenazados por la redistribución de la riqueza y de la producción en el mundo. De forma aún más decisiva, esta visión fue destruida por el movimiento feminista al afirmar que los términos «hombre» y «derechos humanos» no tiene otra expresión que la dualidad hombre/mujer, de modo que la igualdad y la diferencia, lo universal y lo particular son ya inseparables.

La segunda respuesta, semejante a la idea de una sociedad de trabajadores o a la dictadura del proletariado en la sociedad industrial, esla búsqueda de la pureza y la homogeneidad recurriendo a medios a menudo autoritarios, o aislando las comunidades unas de otras en nombre de un relativismo cultural sin límites. En algunos países, como Estados Unidos, esto se refleja en la importancia de la identity politics; en otros, menos privilegiados, ha llevado a un aumento del fundamentalismo y, sobre todo, delos integrismos que sirven de base a los regímenes autoritarios.

¿Es posible encontrar una tercera vía, semejante a la que condujo a la industrial democracy en las primeras sociedades industrializadas? Esta pregunta tan simple define el problema más importante de nuestras sociedades. Al igual que en la Europa del siglo XIX, el problema fundamental, lo que se llamaba la cuestión social, era el de la clase obrera yla dominación que sufría, actualmente el problema central consiste en combinarla pluralidad de las culturas con la participación de todos en un mundo tecno-económico del que todos los países forman parte. Se han propuesto varias respuestas a esta cuestión.

La primera, que podríamos llamar estética, es el reconocimiento de una diversidad cultural, y la curiosidad por las otras culturas, que también puede servir como mirada crítica sobre uno mismo, como ya hizo Montesquieu en sus Cartas persas. Fue precisamente durante la revolución industrial cuando se desarrolló el interés por la Antigüedad, y fue el gran despegue económico de la posguerra el que hizo aumentar rápidamente, en muchos países, las visitas a museos y exposiciones. Mientras que éstos interesaban sobre todo, hasta aquí, a quienes buscaban sus orígenes(particularmente, en el caso de Europa, en Roma, en Grecia y especialmente en Egipto), asistimos ahora a la proliferación de exposiciones y museos que presenta objetos venidos de culturas consideradas diferentes o representativas de las «artes primitivas», según la expresión de Jacques Chirac. Pero los límites de esta respuesta estética son evidentes, porque este reconocimiento de culturas diferentes es tanto más fácil cuanto más alejadas están y menos afectan a nuestras actividades y a nuestras relaciones sociales cotidianas.

La segunda repuesta consiste en buscar los mismos principios universalistas en todas las culturas, por encima de sus diferencias.Es el espíritu que anima a todos los encuentros ecuménicos, como el organizado por el papa Juan Pablo II en Asís, y a muchas de las actividades que emprende la  UNESCO para facilitar el reconocimiento mutuo de las culturas. ¿No estamos todos preocupados por las mismas cuestiones fundamentales: de dónde venimos y adónde vamos? ¿No están de acuerdo todas las grandes religiones en exigir el respeto a la vida y en afirmar el principio de igualdad entre todos los seres humanos? Cierto que esta respuesta parece, con frecuencia, ridícula y que las religiones han suscitado más guerras que congresos ecuménicos, como recuerda S. Huntington. Sin embargo, la filosofía de la Ilustración conserva un gran atractivo para todos los que sitúan la comunicación y, por tanto, la relación,por encima de la producción. Esta posición se refleja especialmente, en nuestros días, en la filosofía alemana, con Habermas y Apel y su búsqueda delas condiciones universales de la comunicación entre actores diferentes. No obstante, es difícil que la comunicación y el reconocimiento del otro puedan establecerse entre individuos o grupos sociales situados en relación de desigualdad, de dominio o de dependencia. ¿No volveremos entonces a las ilusiones del republicanismo y, en consecuencia, al rechazo de los derechos culturales de ciertas categorías, en nombre de la universalidad de los derechos políticos?

Es preciso, pues, buscar otra solución, en la línea de lo que fue la creación lenta, difícil y siempre parcial de una democracia industrial, en los países que emprendieron primero una modernización capitalista. Búsqueda difícil, que a muchos se antoja imposible, en un mundo en movimiento, sin principio y sin centro, y donde parece más racional aceptar una diversidad, regulada únicamente por el mercado. Esta es la posición posmoderna, a la vez radical en su destrucción de todos los principios universalistas, a os que se acusa de ser ideologías de los países o las clases dominantes, y ultraliberal, ya que sólo el mercado puede asegurar una comunicación sin integración.

Creo, sin embrago, que se puede encontrar una respuesta. Si el mundo técnico y el de las identidades culturales se han alejado cada vez más  uno de otro, sólo el individuo posee los medios para aproximarlos, e incluso siente la necesidad de hacerlo, ya que su unidad, la coherencia de su personalidad, se ve amenazada por esta separación. Esta combinación es posible,porque se trata de ligar el universo de los medios, en el que todo el mundo participa, con el de los fines, los valores, que son cada vez más diferentes.No hay, pues, que buscar la universalidad en un principio superior, como lo hacen quienes, con Hannah Arendt, tratan de reconstruir la política y su principio de igualdad por encima de las desigualdades sociales; por el contrario, hay que buscarla en la necesidad de cada individuo y de cada colectividad de ser definidos, a la vez, por sus identidades y por su participación en el mundo tecnoeconómico.

Esta idea lleva a superar las soluciones propuestas. Se trata de reconocer la diversidad de las culturas, de afirmar los derechos culturales de cada uno y, en particular, de las minorías y, por tanto, de combinar igualdad y diferencia. Destacados antropólogos, como Clifford Geertz o Louis Dumont, han afirmado que estos dos términos eran incompatibles. Lo son en efecto dentro de un sistema social muy consolidado, siempre jerarquizado, donde la diferencia entraña desigualdad. Pero en una sociedad abierta, donde desaparecen los principios reguladores, no hay más desigualdad que la económica o la militar y, en consecuencia, las diferencias culturales pueden combinarse con un mundo económico no igualitario a través de lo que yo llamo el «sujeto»,es decir, la voluntad de cada uno de constituirse en protagonista, combinando la acción instrumental y la identidad cultural.

Esta afirmación conlleva una objeción inmediata: si la construcción del sujeto es personal, ¿no quedará encerrada en la vida privada,mientras que la vida pública se abandona a las desigualdades económicas y a la guerra de los dioses? Objeción tan evidente como fácil de contrarrestar, ya que un agente social no puede afirmar su derecho a ser un sujeto, sin reconocérselo al mismo tiempo a los demás. Y, de modo más inmediato, un actor no puede ser un sujeto más que entrando en relación con otro actor al que reconoce y que lo reconoce como sujeto. A decir verdad, la democracia sólo puede definirse hoy como el sistema político que protege y fomenta el reconocimiento mutuo de los actores, en su esfuerzo por combinar su participación en el mundo tecnoeconómico con la protección de su identidad cultural. Un ejemplo será suficiente para comprender esta idea. Cuando una minoría se encuentra en una sociedad –por ejemplo, cuando los inmigrantes vienen a trabajar y a vivir en una sociedad que les es extraña -, su integración en esta sociedad no puede realizarse ni por fusión en ella ni, contrariamente, por su aislamiento de la comunidad, sino únicamente mediante la combinación de un acceso igualitario al trabajo y a la renta, y el reconocimiento de su identidad. Siguiendo a Simmel,será preciso que se integren como extranjeros, es decir, como iguales y diferentes a la vez. Por el contrario, vemos con frecuencia cómo se fomenta la desigualdad de los inmigrantes, relegándolos a trabajos no cualificados, a la precariedad y el desempleo y, al mismo tiempo, se los considera semejantes, rehusándoles los signos de su identidad cultural.

Identidad cultural y gestión democrática

Es posible aplicar un razonamiento análogo a categorías distintas de las étnicas, como las religiosas o las sexuales. En el primer caso, se trata de ir más allá de la simple tolerancia, que limita las creencias religiosas a la vida privada, y también más allá de un laicismo que afirma la inferioridad y la irracionalidad de las conductas religiosas. Se trata de permitir que las minorías religiosas combinen su participación en la vida económica con la afirmación de su identidad religiosa, que, por su parte, debe definirse por sí misma y no por la pertenencia histórica a una comunidad, la mayoría de cuyas reglas son propias y específicas y no pueden justificarse o explicarse por la creencias religiosas.

En cuanto a las conductas sexuales, en muchos países el reconocimiento de los homosexuales ha progresado mucho en los últimos años, no sólo como reconocimiento de una diferencia sino, sobre todo, como un aspecto particular de la relación que cada uno trata de establecer entre sexualidad y cultura,mientras se aleja la concepción puritana y represiva sobre la que se basó durante mucho tiempo la cultura occidental.

Si descartamos las posiciones agresivas, que proclaman la necesidad de crear comunidades homogéneas y puras, lo que sólo puede conducir a sociedades totalitarias, definidas por su lucha contra el enemigo interior,existen dos grandes respuestas al problema planteado: la afirmación de un orden político superior, fundado en la igualdad de los ciudadanos, que se opone a la desigualdad de los agentes sociales, o, en sentido diametralmente opuesto, la llamada a abordar las diferencias mediante el reconocimiento del derecho de todos a combinar actividad técnica e identidad cultural en un mundo en el que ya no pensamos que la modernización económica y la racionalización supongan necesariamente el triunfo de un tipo de moral, de creencia o de organización social. El pensamiento de Max Weber no explica los fundamentos culturales de la modernidad, sino las razones culturales de cierto tipo de modernización, el capitalismo, es decir, la ruptura de todas la ligaduras que unían la economía a culturas y formas de organización social. Hemos entrado actualmente en sociedades propiamente técnicas, o sea, operativas e instrumentales, que no imponen ninguna cultura ni ninguna forma de organización social. Y, al mismo tiempo, vemos aparecer formas de modernización diferentes, mientras que hasta ahora muchos pensaban que sólo había un único best way, como decía Taylor, y que los nuevos países industriales debían seguir las huellas dejadas por los que los habían precedido en la vía de la modernización.

Esta combinación de una identidad cultural, en especial étnica o religiosa, y una gestión democrática que garantiza, reforzándolos, los derechos de cada uno a convertirse en «sujeto», se realiza, en casi todos los casos, en un marco nacional, y la conciencia nacional no se reduce nunca al funcionamiento de instituciones democráticas al servicio de derechos universales. La clásica oposición entre la nación-institución, a la francesa, y la nación-comunidad, a la alemana, tiene un valor analítico, pero no describe la realidad. Por parte alemana, de Herder a Fichte, los creadores de la conciencia nacional alemana han estado fuertemente influidos por la filosofía de la Ilustración y querían que también Alemania, y no sólo Francia y el Reino Unido, pudiera identificarse con la razón y el progreso. Del lado francés, de Michelet a Renan y al general De Gaulle, la idea de nación ha sido siempre una realidad tangible y emocional, más relacionada con la memoria que con principios e instituciones. Se puede esperar que una nación-comunidad rechace más fácilmente a las minorías y, en efecto, la adquisición de la nacionalidades mucho más difícil en Alemania que en Francia y el Reino Unido, la conciencia nacional está fuertemente ligada a una conciencia de «país», es decir, de colectividad restringida, de regiones o unidades más pequeñas. No es muy distinta la situación americana, donde la conciencia nacional, muy fuerte,se combina con la de pertenencia a la nacionalidad de origen. Así pues, la etnicidad no se opone a la nacionalidad: por el contrario, cuando la conciencia nacional es más democrática es cuando la conciencia étnica (sea nacional o religiosa) se puede combinar con ella. El caso más claro, en los países occidentales, es el de los judíos, en los que se asocia una fuerte conciencia comunitaria y un fuerte sentimiento de pertenencia nacional. Si la nación se define sólo por sus instituciones representativas, se corre el riesgo de dejar el sentimiento de pertenencia nacional en las manos de populistas y demagogos.

Hay que comprender esta observación. Con razón se cuestiona cada vez más la pretensión de universalidad del modelo que Europa inventó y puso en práctica al comienzo de su modernización. Este modelo no se basaba sólo en la racionalización, sino también en lo que ésta implicaba, a saber, una separación lo más completa posible entre lo racional y lo irracional, de modo que en la cima de la sociedad se concentraba todo lo que se consideraba racional, mientras que lo que se consideraba irracional se colocaba en situación de inferioridad o dependencia. De aquí proceden las representaciones dicotómicas que han dominado la vida y el pensamiento de Occidente. El individuo adulto varón, sin necesidades o incluso propietario de su vivienda, se  consideró como el portador de la modernidad, mientras que los niños, las mujeres, los trabajadores dependientes y los habitantes de las colonias se consideraban dominados por sus pasiones. Razón contra creencias, interés contra pasión: estas contraposiciones, muy jerarquizadas, han dominado el mundo occidental y explican a la vez el éxito extraordinario de los países que aplicaron esta idea, con el Reino Unido a la cabeza, y la violencia de los conflictos internos en estas sociedades fundadas en la represión y en el espíritu de cálculo.

La historia de los últimos cien años está marcada por la rebelión de los dominados: obreros, colonias, mujeres, y ahora también los niños, cuyos derechos han comenzado a tomarse en consideración, con toda justicia. Se ha iniciado un gran movimiento, que yo llamo la re composición del mundo y que nos afecta a todos: las tradiciones culturales, como la imaginación y la sexualidad o, de modo más general, lo relacionado con el cuerpo, invaden los dominios del cálculo racional y debilitan la visión capitalista que protegía a los empresarios racionales de toda presión procedente de las categorías inferiores. Lo que estaba separado y jerarquizado tiende a aproximarse y a comunicarse. ¿Cómo es posible mantener la idea de una sociedad gobernada por la razón, por la igualdad abstracta por encima de todas las singularidades sociales y culturales, en un mundo donde la dominación de clases, el orden  colonial y la dependencia de las mujeres se han visto violenta y justamente cuestionados?

Las destrucción de las antiguas desigualdades no puede conducir ni a la idea confusa de un mestizaje generalizado, ni a la imagen débil y desesperante de un mundo unificado por el consumo de masas. Por el contrario,sólo debe conducir al reconocimiento por todos del gran movimiento hacia la recomposición del mundo, o sea, hacia el diálogo entre las identidades culturales y la razón instrumental, liberada ya de su papel de legitimadora del poder de una clase o de una nación. En este sentido, la acción de los ecologistas ha sido la más importante, ya que defienden a la vez las condiciones de supervivencia del mundo y la diversidad de especies y culturas.Sólo por esta vía se puede encontrar un desarrollo sostenible, cuyos aspectos centrales sean la diversidad cultural y el respeto a los proyectos personales y colectivos.

Hay muchos obstáculos que impiden progresar más deprisa en esta vía; los más importantes son los que nos hacen impotentes frente a la disociación de la economía globalizada y las culturas particulares, lo quel leva a la desaparición o a la disolución de todos los proyectos sociales y culturales, de todas las concepciones activas del desarrollo.

Opciones y obstáculos

Debemos huir de la elección imposible entre la cultura de masas que une al mundo entero en el consumo de los mismos productos y un diferencialismo que nos confina a todos en comunidades cerradas, incapaces de comunicarse entre ellas, a no ser a través del mercado o de la guerra. Elección imposible, en efecto, pero que se impone a muchos en un universo donde el centro se define por la intensidad de los intercambios económicos, de información y, sobre todo, financieros, y la pérdida por las fronteras que levantan entre ellas las comunidades más y más obsesionadas por las amenazas que pesan sobre ellas.

Es fácil comprender los peligros de esta situación, porque ya los hemos vivido. A principios de este siglo, conocimos una apertura de los intercambios mundiales aún mayor que lo que hoy llamamos»globalización». En aquella época aparecieron, como hoy, nuevos países industrializados, que eran entonces Alemania y Japón. El triunfo del capitalismo financiero condujo a enfrentamientos dramáticos: no sólo las naciones europeas combatieron a muerte entre ellas, sino que países periféricos, o que comenzaban a participar en los intercambios capitalistas, como México, Rusia y China, conocieron revoluciones que a veces desembocaron en un nacionalismo relativamente modernizador, y a veces en regímenes totalitarios.

Vivimos hoy bajo la ilusión de que el modelo americano se puede generalizar; que es posible y necesaria la complementariedad de las grandes redes técnicas, económicas y financieras modernas, con una fragmentación cultural que ha permitido la afirmación de muchas minorías, pero también ha hecho más difícil la comunicación entre ellas. En Estados Unidos,esta cohabitación ha sido posible gracias al brillante éxito de la economía y,al mismo tiempo, por la fuerza de las instituciones y los mecanismo jurídicos que, desde hace tiempo, han buscado y conseguido la integración de una sociedad de orígenes muy diversos. Pero la situación americana nos recuerda la violencia  de los conflictos que engendró, todavía no hace mucho, y también las otras partes del mundo se dan cuenta de su impotencia para manejar una situación potencialmente explosiva, que puede llevar fácilmente a la ruptura de todas las instituciones y toda la posibilidad de vida colectiva organizada.

La conclusión a que llevan estas observaciones sobre el presente y el pasado es que hay que huir de la elección entre dos soluciones extremas: la desaparición de las diferencias en una sociedad de masas o el enfrentamiento directo de las diferencias y las comunidades. Por el contrario,es preciso aprender a combinar las dos. Creo que la UNESCO está en el buen camino con sus grandes debates sobre la democracia, el desarrollo, la educación y, sobre todo, los derechos humanos, combinando los principios universalistas con las diferencias culturales y con la participación de todos en las actividades e intercambios económicos. La idea que nunca se debe sacrificar es que la paz en cada sociedad y entre las sociedades no puede existir sin el reconocimiento prioritario de un principio universal, que prevalece a la vez sobre la razón instrumental que reina en la economía, y sobre la diversidad delas culturas. 

Hay que respetar que muchos sean partidarios de las soluciones elaboradas por la democracia griega, del papel clave otorgado a la ciudadanía;pero ¿cómo cumplir este principio de orden, cuando vivimos en el movimiento, el cambio, la multiplicidad de los intercambios culturales y económicos? ¿No ha llegado la hora de afirmar el derecho de cada uno a elegir su camino, a combinar igualdad y diferencia en su discurrir por la vida, en la construcción y la defensa de su vida personal, en lugar de buscar un principio superior orden? Así como hay que resistirse a las afirmaciones superficiales de quienes profetizan la desaparición a corto plazo de los estados y de toda forma de control de una economía que desborda todas las fronteras y todas las normas jurídicas, también es cierto que se ha debilitado la imagen de la ciudad griega o la de los estados modernos, sobre todo en Europa y en las dos Américas,regiones que han creído en la omnipotencia de la ley y de la educación.

 Lo que quiere decir que, tras la gran revolución capitalista que se ha extendido por el mundo en los últimos veinte años, es preciso construir nuevas mediaciones políticas y sociales para limitar la disociación, que hoy es patente  y peligrosa, entre una economía efectivamente globalizada e identidades culturales cada vez más encerradas en la defensa de una esencia amenazada. ¿Y cómo no subrayar, al dirigirme a la UNESCO, las implicaciones de esta idea sobre la educación? Occidente ha mantenido, durante mucho tiempo, una concepción basada en el Bildung, es decir, en el acceso de los jóvenes a los valores superiores, la verdad, la belleza, el bien, con los que cada país trata de identificarse, lo que llevó a transmitir conocimientos y valores más que a preparar a los niños para la vida. 

Tiempo es ya de que centremos la educación en los jóvenes para ayudarlos, no a perder sus particularismos en  nombre de la universalidad, sino por el contrario, a vivir y a innovar combinando las actividades técnicas y las motivaciones culturales y psicológicas. La educación no debe ser un medio para reforzar la sociedad; debe ponerse al servicio de la formación de personalidades capaces de innovar, de resistir y de comunicar, afirmando su derecho universal a participar en la modernidad técnica con una personalidad, una memoria, una lengua y unos deseos propios, y reconociendo el mismo derecho a los demás. Si no impulsamos estas soluciones, el mundo conocerá desgarramientos más profundos que los que provocó la lucha de clases.

Violencia y Democracia

VIOLENCIA Y DEMOCRACIA

Por José Ramón González Chávez

La democracia es causa eficiente, motor y razón del Estado Constitucional. Sin embargo, pareciera ser frágil ante factores que en la actualidad le son tan determinantes como la violencia, flagelo social de configuración dinámica y compleja al que incluso en un principio podría considerársele antagónico, pues la primera implica tolerancia, inclusión, acuerdos en lo fundamental, en lo que nos es común y nos afecta a todos independientemente de nuestros intereses y preferencias personales, y la segunda, la imposición de la fuerza a la razón y por ende, la negación de todos aquellos principios.

Para nadie es ajeno que la violencia es un gran instrumento mediático; el morbo que provoca el llamado “gancho de sangre” ha llevado a muchos medios de comunicación a emplearlo como modus vivendi y por ello durante años -si no es que décadas- se han dedicado a cultivarlo; lo fortalecen y lo hacen permanecer a tal grado que algunos de ellos han llegado a dedicarle casi la totalidad de sus espacios.

Morbo, temor, expectativa, divulgación, entre otras muchas cosas más, han venido generando y acrecentando una verdadera opinión pública que gira alrededor de la violencia; ha dejado de ser tema de especialistas o comunicadores de nota roja o amarilla para convertirse en vox populi. Todos hablan de ella, refieren anécdotas propias o ajenas, se convierten en jueces penales o criminólogos. Desde hace tiempo es más conocido el nombre de los grandes exponentes de la violencia que de muchos personajes de nuestra historia, pero casi nadie sabe qué es, quién la crea y la alimenta, por qué y cómo opera, para qué, para quién y cómo afecta a la vida democrática y al tan invocado Estado de Derecho. Quizá por ello todos, de una forma u otra, en mayor o menor medida, tengamos algo de culpa en el empoderamiento del tema.

Al igual que la seguridad, la violencia es ante todo una percepción. Lo preocupante es que esta ha permeado profundamente en muchas democracias contemporáneas incluyendo la nuestra. Ahora parece que un candidato, un partido o un gobierno es más popular ya no por sus propuestas de solución a los problemas sociales, económicos o políticos sino en la medida en que su discurso se torna violento hacia sus opositores, hacia las instituciones y los gobiernos, constituidos o precedentes.

Lo vimos en el reciente proceso electoral, tanto en los “debates” como en sus declaraciones ante los medios, cuando un candidato resultaba mejor calificado no en la medida en que era capaz de ofrecer soluciones convincentes a los problemas comunes, sino mientras más insultos profería a sus contendientes, convirtiendo el intercambio y discusión de visiones de gobierno en una simple, llana y triste guerra de lodo

Esto tal vez pudiera deberse a una lectura equivocada de la actitud ciudadana de considerar la violencia en el lugar más alto en sus preocupaciones, por encima de temas tan cruciales para el desarrollo democrático y social como la seguridad, el empleo, la salud, la educación, la gobernabilidad; y es que la violencia rasga ese entramado de relaciones, intereses y expectativas individuales y de grupo que llamamos el tejido social con balas, descuartizamientos, genocidios, terror, impunidad; la violencia llegó para quedarse en él y ocupa desde hace tiempo ya y por quien sabe cuánto tiempo un lugar de privilegio en las historias locales y por supuesto en la nacional.

Todos, gobernantes gobernados, líderes de opinión, ciudadanos de a pie, hemos aprendido a vivir con la violencia, en hacerla parte de nuestro entorno cotidiano; a volvernos resistentes y a veces hasta indolentes ante los delitos, los abusos, los insultos, las amenazas; indiferentes frente a crímenes de lesa humanidad, ante los genocidios de campesinos, de migrantes, ante las fosas clandestinas llenas de gente sin cara, sin nombre, mostrándonos que la violencia quizá no sea más que la cara visible de un conflicto social que prevalece en el fondo, lo que nos mete en un ciclo autodestructivo que pareciera llevarnos a un callejón sin salida.

En este estado de cosas, surge obligadamente preguntas como ¿qué relación hay entre transición democrática e incremento uniformemente acelerado de la violencia y la criminalidad? ¿de qué forma construir y mantener un sistema democrático en este entorno? ¿Será posible superar este panorama, pasar de la razón de la fuerza a la fuerza de la razón, sin más crueldad, sin más violencia, sin derramar más sangre?

Los estudios sobre violencia y democracia surgen en Sudamérica a inicios de los años 60, en países que desde esas épocas han sufrido esta cruda situación como Colombia (vid Guzmán, Fals y Umaña “La Violencia en Colombia. Estudio de un Proceso Social”, Bogotá, Ed. Tercer Mundo”, 1962).

En México, el fenómeno de la relación entre violencia y democracia está modificando la estructura, conducta e imagen del país tanto al interior como al exterior y por ende trastoca la planeación, diseño y operación de la política pública y la denominada gobernanza a todos los niveles: federal, estatal, municipal; sin embargo, existen muy pocos textos sobre el tema y los que hay son superficiales o poco recientes. Basta un simple chapuzón a la Internet para constatarlo.

Parece paradójico que la violencia sea un tema de mayor preocupación en la opinión pública y que contradictoriamente exista poco interés o una especie de “autocensura” para estudiar y comprender con seriedad su naturaleza y características, causas y consecuencias, así como su obligada vinculación con la democracia y el Estado Constitucional, a fin de buscar y ofrecer opciones viables para su solución, lo que hasta el momento no ha sucedido y por desgracia no vemos cómo pueda suceder, tomando en consideración el discurso que hasta el momento ha mantenido el gobierno entrante.

La Justicia para Adolescentes en el nuevo Sistema Constitucional: Cómo mejorarla?

LA JUSTICIA PARA ADOLESCENTES EN EL NUEVO SISTEMA CONSTITUCIONAL: CÓMO MEJORARLA?

Por José Ramón González Chávez

Ante los escenarios que imponen los grandes cambios a nivel global de los que no debemos estar ajenos ni ser indiferentes, desde hace algunos años México se ha dado a la tarea de impulsar un proceso de evolución de su sistema jurídico transitando del paradigma positivista al Estado Constitucional, esto es, del Estado de Derecho o legalista al Estado de Derechos o garantista.

En este afán, y en el marco del nuevo sistema, a efecto de dar cumplimiento a los compromisos internacionales asumidos a través de instrumentos como la Convención sobre Derechos del Niño –suscrito desde 1990 y cuya instrumentación plena ha estado pendiente desde entonces–, se han realizado esfuerzos significativos para modernizar jurídica e institucionalmente la normativa relacionada con la justicia para adolescentes, aquella franja de la población ubicada entre los 12 y los 18 años de edad.

Si bien la reforma del 12 de diciembre de 2005 al artículo 18 de la Carta Magna implica conceptualmente un cambio profundo y grandes retos en la materia al incorporar al texto constitucional los acuerdos de dicho convenio y reconocer a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos –y obligaciones- y ya no como simples objetos de tutela como los consideraba el sistema anterior, es digno de resaltar que su instrumentación sufre desde entonces un lento proceso de armonización que requiere agilizarse para convertir los principios y disposiciones que contiene en actos concretos mediante la creación y consolidación de un verdadero sistema especializado que brinde a los y las adolescentes la oportunidad de ejercer sus derechos pero también de asumir sus obligaciones ante la comisión de actos delictivos, así como desarrollar sus potencialidades y capacidades para ejercerlas en beneficio de la sociedad.

Existen muchos aspectos que requieren de un cambio de visión estratégica. Entre ellos puede destacarse primeramente la necesidad de considerar este sistema tanto o más importante que el sistema de justicia para adultos, pues hasta la fecha se le ha considerado como adjetivo de este, como un modelo “a escala”, variando si acaso solo en la intensidad de la aplicación de las penas, lo cual constituye una seria deficiencia de apreciación, teniendo en cuenta que en el nuevo paradigma constitucional el interés superior del menor es de los temas de mayor preponderancia.

En tal sentido es de reconocer que si bien ambos sistemas de justicia tienen similitudes sobre todo de carácter procedimental, también poseen por su propia naturaleza y características diferencias significativas, dado que se trata de valores jurídicos protegidos de distinto orden.

Tal como lo mencionaba al principio, además de que el nuevo sistema de justicia para adolescentes permite al menor responsabilizarse de las consecuencias derivadas de su actuar delictivo, pretende salvaguardar sus derechos al dar capacidad a los operadores para ahondar en las causas que propiciaron la conducta antijurídica y así poder brindarle un tratamiento integral, multidisciplinario (trabajo social, psicológico, familiar, educativo, etc.) y multidimensional (familiar, comunitario, social) durante la ejecución de su medida sancionadora, que tienda de forma realista a lograr su adecuada reinserción.

Una forma efectiva de lograr tal propósito es la aplicación de métodos socioeducativos de intervención, destinados a incidir en los factores internos y externos que llevaron al adolescente a la comisión del delito, con especial énfasis en los ámbitos familiar, escolar, laboral y comunitario para que se generen en el joven las capacidades y competencias que le permitan reducir la posibilidad de reiterar la conducta

Para ello, el Juez especializado es un actor y regulador sustancial en el nuevo sistema de justicia en la materia, al estar encargado de la fase de ejecución de la sentencia, donde se refleja con mayor claridad y objetividad la eficacia del sistema en su conjunto.

En segundo lugar, es de remarcar que observando el principio de proporcionalidad en concordancia con el pro persona y el de interés superior del menor, las sanciones impuestas a las y los adolescentes por la comisión de actos delictivos deben corresponder a la conducta realizada y sus consecuencias, tomando en cuenta el contexto específico en el que se desarrollaron los hechos, así como las circunstancias personales del infractor buscando para este el mayor beneficio –o menor perjuicio- posible.

Otro aspecto que merece atención especial es el relativo a la disfuncionalidad provocada por una incorrecta visión sobre el seguimiento al proceso de reinserción social del menor una vez que cumple la mayoría de edad. Mientras el menor cumple su sanción dentro o fuera del centro de internamiento la autoridad administrativa se encarga de dar seguimiento y en su caso informar al Juez de las desviaciones del menor en el cumplimiento de su plan individualizado de reinserción; pero al cumplir el infractor los 18 años, los operadores jurídicos se desentienden del caso, con lo que actúan de manera contraria a los principios y valores jurídicos que establece la nueva constitucionalidad, impiden medir la eficacia del sistema pues una adecuada reinserción es su objetivo principal y al final de cuentas anulan una verdadera impartición de justicia.

En el marco de los nuevos sistemas constitucional y de justicia penal acusatorio adversarial, el capítulo referente a la justicia para adolescentes, dada la evidente importancia social que reviste, juega un papel determinante para conseguir mejores condiciones de seguridad y lograr la eficacia real de la reforma del sistema jurídico mexicano.