MAQUIAVELO Y EL ESTADO CONTEMPORANEO

Diego Valadés

Publicado el 9 de junio de 2014
Diego Valadés, Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
@dvalades, valades@unam.mx

Desde hace cinco siglos el fenómeno político más importante, que no cesa de ser discutido, es el Estado, y el autor que inició el debate fue Nicolás Maquiavelo, quien en diciembre de 1513 estaba poniendo punto final a su célebre El Príncipe.

Pese a su longevidad, la obra de Maquiavelo sigue siendo objeto de examen. Leída como una guía para entender el poder, atrapó la atención y mereció las reflexiones lo mismo de Federico de Prusia que de Napoleón, y en cuanto a la filosofía política ha interesado al pensamiento conservador igual que al liberal y al marxista.

Una característica de lo que identificamos como clásico es que resiste el paso del tiempo y se mantiene como referente para generaciones sucesivas. Esto sucede con El Príncipe, en cuyas páginas aparece por primera vez la referencia al Estado en su sentido moderno. A partir de Maquiavelo la voz Estado sustituiría las referencias medievales al reino, al imperio y aún a la república, que eran las locuciones en uso al final de la Edad Media. Después de Maquiavelo ya no importaría el calificativo que se le diera a la organización del poder. Todo sería, en términos llanos, Estado. Al aludir al Estado el imprescindible florentino facilitó la comprensión de un fenómeno característico de la Edad Moderna y al finalizar el siglo XVI la expresión italiana ya era compartida por quienes escribían en alemán, español, francés e inglés.

Lo que Maquiavelo no intentó fue acuñar un concepto de Estado; tan sólo recogió una voz que ya debió estar en uso en Italia porque de otra manera no la habría utilizado en su amplia correspondencia ni en sus muy populares obras literarias, como La Mandrágora. El problema conceptual del Estado apareció mucho después y sigue siendo objeto de aportaciones en nuestro tiempo.

La obra maquiaveliana no presentó una definición de Estado pero sí incluyó, en cambio, los elementos constitutivos de la política como técnica, a diferencia de todos los ejercicios previos que contemplaban a la política como ética. Gracias a ese gran paso fue posible llegar al concepto contemporáneo del Estado como un orden coactivo legítimo. Con el correr del tiempo a esta idea básica se agregaron otros elementos, asociados a las ideologías, a la estructura normativa y económica y a los objetivos que le han dado apellidos al Estados: democrático, totalitario, social, corporativo, intervencionista, mínimo, constitucional, de derecho, de bienestar, y muchas variantes más.

Una categoría reciente corresponde a la de Estado fallido. Esta expresión, de cuño mediático, recibió un fuerte impulso cuando Noam Chomsky la utilizó en los primeros años de la década anterior. Ahora existen indicadores incluso para medir el grado de falibilidad de los Estados, pero no son otra cosa que una adaptación semántica de lo que desde el siglo XIX el economista Walter Bagehot denominó gobernabilidad, y que desde hace más de veinte años vienen midiendo diversas instituciones financieras y académicas del mundo.

En México tendremos que hacer un nuevo ejercicio para establecer en qué nomenclador es encuadrable nuestro Estado. Sin duda pasa por una crisis coyuntural que se expresa en inseguridad y en violencia; pero también hay otros factores que son estructurales, como el déficit democrático y la inequidad social. La corrupción es más difícil de ubicar porque está asociada tanto a las circunstancias cuanto al diseño institucional.

A lo largo de los siglos el Estado y sus vicisitudes han representado el capítulo más relevante en la vida de las sociedades. De ese proceso han dependido las mejores o peores condiciones para la libertad y la justicia. Aunque la apariencia abstracta y especializada del Estado lo aleja de las preocupaciones cotidianas, vivimos una etapa histórica en la que se hace indispensable ahondar los análisis sobre el poder, y hacerlo en todos los espacios de la sociedad. Así sucedió, y esa fue una de sus contribuciones centrales, con la obra que Maquiavelo escribió hace cinco centurias.

A través de Maquiavelo los aspirantes al poder se han familiarizado por siglos con las técnicas para conquistarlo y para preservarlo. Los gobernados, en cambio, habían quedado sin orientación ni resguardo porque antaño sólo tenían una relación simbólica con los secretos del poder; pero ahora el Estado contemporáneo les ofrece los recursos constitucionales para controlarlo. Algunos sistemas todavía no adoptan estos controles; entre ellos figura el nuestro.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en Reforma, el 24 de diciembre de 2013

Sociología, Educación y Comunicación Juridica en el nuevo modelo de Estado constitucional

Por José Ramón González Chávez

Sociología, Educación y Comunicación Jurídicas en el Nuevo Modelo de Estado Constitucional

Por Jose Ramon Gonzalez Chavez

El hecho social es al mismo tiempo la causa eficiente y el objetivo de todo sistema jurídico. Provoca a través de la interpretación, la creación de normas y disposiciones, que a través de la persuasión y la coercitividad se aplican en la sociedad, la que a su vez al reflejarse en la actividad cotidiana, dan validez social a la norma y al mismo tiempo provocan ajustes que reciclan en términos positivos, -esto es, visto el Derecho a la vez como orden normativo, realidad social y catálogo de valores jurídicos- el sistema en su conjunto.

La sociología del Derecho, es la disciplina que estudia los problemas, los principios, objetivos, implicaciones y prácticas concernientes a las relaciones entre el sistema jurídico y la sociedad y la eficacia de lo jurídico como sistema regulador de la conducta social, aplicado por los órganos del poder público del Estado.

De ahí su estrecha relación con el Derecho Constitucional, fuente normativa primordial del sistema constitucional de toda nación, de la cual se desprende el marco de libertades y derechos fundamentales y sus mecanismos para garantizarlos; así como la organización política jurídica del Estado y la actuación de los órganos del poder público encargados de convertir en actos jurídicos concretos sus postulados primordiales.

En cuanto al segundo punto (organización política del Estado y del poder público como su brazo ejecutor) vale remarcar que las normas constitucionales son fundamentales en cuanto ellas expresan un marco general de principios rectores, que por su estabilidad y permanencia sirven de sustento a la organización de la comunidad, tanto interna como en la comunidad internacional, mismos que pueden ser de naturaleza orgánica y procedimental o bien, de contenido material.

Los primeros, señalan las tareas que el poder público del Estado debe cumplir; configuran las competencias e instituyen los órganos que las realizan; gracias a ellos, se regulan los procesos de creación y aplicación de las normas y se establecen mecanismos de coordinación entre ellos y los medios de control para atender y resolver abusos en el ejercicio del poder.

Los segundos consagran los objetivos primordiales del Estado, los principios y valores máximos de la sociedad y los ámbitos de libertades, derechos y obligaciones de los individuos, los distintos grupos sociales y la comunidad política.

En cuanto al marco de libertades y derechos fundamentales la Constitución está concebida de tal manera que lo que antes se denominaba Parte Orgánica sólo adquiere sentido y razón de ser a partir de la aplicación y puesta en operación objetiva de los principios, derechos y obligaciones que proclama.

La sociología nace del acercamiento al tema del impacto de la interacción entre lo jurídico y lo social abordado por los clásicos de la Sociología desde su origen como disciplina. Hay que recordar que sus tres fundadores Marx, Durkheim y Weber hicieron su tesis de grado en Derecho. De ellos solo el último desarrolló una conceptualización específica para el Derecho y en particular para la disciplina.

En México, recientemente se han llevado a cabo profundas reformas constitucionales que en su conjunto modificarán sustancialmente la estructura, organización y funcionamiento de nuestra vida como país: Derechos Fundamentales, Garantismo, nuevas instituciones como el principio Pro Persona, el interés superior del menor; flamantes medios de control constitucional y de solución de conflictos, nuevo sistema de Justicia; modernos esquemas de participación ciudadana, solo por contar algunos. Sin embargo, en muchos casos, su complejidad técnica y la manipulación que de sus contenidos hacen los medios y redes sociales, los líderes y organizaciones políticas, hacen difícil conocerlos por iniciativa propia.

El Derecho en general y el Derecho Constitucional en particular, deben de una vez por todas dejar de ser un tema de especialistas e iluminados para convertirse en parte de la cultura política y social de los mexicanos de todas las edades, y niveles educativos. Pero para que eso suceda no solo es necesaria la voluntad política de los gobernantes a todas las escalas, sino ante todo, la acción directa y decidida de quienes de una u otra forma participamos en la vida cotidiana de lo jurídico, desde todas y cada una de sus tan variadas trincheras: en la docencia, el proceso legislativo, en la actividad ejecutiva y jurisdiccional, en la gestión pública y social, los medios de comunicación, la asesoría y defensa jurídica, en fin, en todas las ramas del quehacer humano donde incide el Derecho de forma preponderante.

Es por ello que desde nuestro punto de vista el nuevo modelo educativo que se pretende implantar ha omitido la necesidad de la aculturación jurídica de la sociedad para conocer y asumir el nuevo modelo de Estado Constitucional, siendo que forzosamente tiene que ser parte integrante del mismo, sin olvidar por supuesto el papel crucial que juegan los medios de comunicación como conductos o vehículos para divulgar y asumir sus principios, fines y organización; sus nuevas instituciones, ordenamientos, disposiciones y normas; sus nuevas prácticas y actitudes.

De lo contrario las meras reformas legales llevadas a cabo hasta el momento no tendrán más destino que convertirse en catálogos de buenas intenciones cuando no en letra muerta.