Trumponomics: El Fin de la Globalización?

Por Jose Ramon Gonzalez

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Uno de los factores que influyeron en la victoria de Trump, además de la salida a las urnas de la comunidad blanca (92% de los sufragios a su favor provinieron de este sector), fue el voto de una enojada ciudadanía (Angry White Men) ubicada en la clase obrera industrial y las clases medias poco instruidas que creen y se empoderan en el discurso de la pretendida restauración del “sueño americano”.

Trump, a diferencia de Hillary Clinton –craso error de ella y sus asesores-, se deslindó de todos los gobiernos anteriores, republicanos y demócratas y aprovecho la coyuntura de la grave crisis por la que atraviesa la economía mundial, para lanzar argumentos nacionalistas de alto enganche, tanto para lo que al parecer será su política exterior, como en la interior.

En el primer caso, proclama por un lado la necesidad de recobrar el respeto mundial de los EUA, construido a partir de la segunda guerra mundial, pero lesionado en Corea y herido de gravedad en Viet Nam, con lo que pone de regreso la versión americana de la teoría de la soberanía y con ella de la doctrina Monroe recargada (“El Americanismo y no el Globalismo será nuestro credo” proclama proferida el 21 de octubre en la convención nacional del partido republicano) y coloca de nuevo la solución militar como primera opción ante los escenarios conflictivos contrapuestos; y por otro, informa sobre la no firma o extinción de ciertos tratados de libre comercio por ser causantes de su desgracia económica y laboral interna, como el transpacífico (TTIP) que para Trump prácticamente ha nacido muerto, pero para China y su Presidente se ha vuelto una oportunidad no solo económica sino geopolítica; se retractará del tratado de libre comercio con la Unión Europea; en fin, se pronunció por la modificación profunda del NAFTA (para ellos es Acuerdo) TLC (para México es Tratado), claro este último en su vertiente mexicana, pues en la canadiense continua y hasta -ahí sí- se moderniza, proponiendo acuerdos en materia comercial y laboral, tal como se desprende también de sus declaraciones recientes.

En cuanto al segundo, es decir la política y la economía interior, proclama la tradicional propuesta republicana de reducción de impuestos que beneficiará sobre todo a las empresas nacionales, pero también algo original: el regreso de la industria nacional del acero, cuyo auge se diera a partir de la segunda guerra mundial, en un afán por convertir en realidad la quimera de la reactivación económica a través de la autoproducción y el autoconsumo que a decir de muchos y buenos especialistas tendría el efecto contrario.

En la construcción de ese discurso de corte nacionalista populista, Trump se montó sobre los efectos nocivos que la globalización han tenido en la mayoría de la sociedad norteamericana, azuzado sobre todo aquella parte de los grupos empresariales de ese país, cuya riqueza y poder se fundan en el mercado interno. Entre ellos podemos, nombrar el debilitado crecimiento en la economía mundial como muestra fidedigna del fracaso del modelo global y cuyas consecuencias son solo de forma enunciativa que no limitativa la caída del ingreso, el aumento de la pobreza y por ende de la brecha social, la concentración de la riqueza en el sector empresarial trasnacional que les ha hecho perder presencia en el mercado mundial y ante China y Medio Oriente.

La lectura de este repliegue o contracción que trae de vuelta al Estado Nacional proteccionista, aislacionista, ahora recargado con otros “condimentos” de carácter radical (xenofobia, chauvinismo, intolerancia, discriminación) no son ni originales ni exclusivos de Estados Unidos. Baste recordar el famoso “Brexit” o salida del Reino Unido de la Unión Europea, avanzada relevante en este proceso de repliegue de la política económica de las grandes potencias como respuesta ideológica que se escuda achacando al fenómeno globalizador secuelas negativas en sus economías internas, el cual por cierto provocaron -hay que decirlo- ellos mismos hace ya más de treinta años, bajo el impulso del Reagan-Tatcherismo. Pero también La derecha radical europea cuyos representantes más distinguidos están en partidos como el Frente Nacional francés (Marine LePen) que de seguro estará de nuevo en la segunda vuelta en las elecciones presidenciales del próximo año; en Reino Unido Nigel Farage, líder del partido antieuropeo y antinmigración UKIP; Alternativa para Alemania; el extremo derechista Partido de la Libertad que está a punto de ganar en Austria; el actual Presidente de Hungría Viktor Orban, manejan un discurso muy similar al del ahora presidente electo norteamericano, de hecho el en su campaña se refirió a su propuesta como “un Brexit elevado a la máxima potencia” y Farage lo considera como el tomador de la estafeta.

En el discurso nacionalista populista y unilateralista de Trump también se entrevé un panorama más que negro, blanco, respecto del activismo mundial de EUA en temas como la democracia, el medio ambiente y los derechos humanos.

En tanto, aquí en México, la administración Peña Nieto, sus asesores, el Congreso que hasta gastó parte de su presupuesto en burlarse de “el discurso de las Trumpadas”, los medios que siempre tuvieron una actitud Pro Clinton, los “especialistas” que consumen la mitad de su tiempo en predecir lo que va a pasar y la otra mitad en explicar por qué no pasó de esa forma, siguen rumiando el acre sabor de su sorpresa sin llegar a estructurar un discurso con el cual hacer frente a las consignas del flamante presidente electo norteamericano, tal como debieron hacerlo al menos desde principios de año.

Administración Pública y Sociedad: Participación y Compromiso Mutuos

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Administración Pública y Sociedad: Participación y Compromiso Mutuos

Por José Ramón González Chavez

 

Una de las características singulares de la actividad humana es su constante transformación. El Estado, en tanto que entidad política sintetizadora de las realidades y aspiraciones de una colectividad, adquiere el rostro que le marca su tiempo, imponiéndole la obligación de adaptarse a los cambios que ella exige. La administración pública, como instrumento del Estado para convertir en hechos las necesidades colectivas, siempre ha sido sensible a esta dinámica.

 

Pero sucede que  al paso del tiempo, las cosas se han ido complicando. La creciente interdependencia de los asuntos que ocupan a la comunidad, el cada vez más cerrado tejido social, obligan a la Administración Pública a esforzarse por seguirle el paso, orientando sus políticas al establecimiento de estrategias horizontales de gestión, sobre la base de que actualmente  la eficacia de ésta, condiciona el desarrollo de aquella, en un movimiento cíclico mediante el cual ambas se retroalimentan.

 

El Estado y su administración pública  sintetizan fundamentalmente su crisis en la contradicción entre una mayor demanda social de intervención, en lo interno, y la existencia de una presión externa que lo obliga a intervenir cada vez menos. De tal forma, coexisten por un lado, una fuerte presión de parte de la sociedad civil hacia el Estado, que exige satisfacer su demanda de servicios y apoyos de toda índole,  en términos no sólo de cantidad, sino también de calidad; y por otro, un «freno» implacable de política internacional que condiciona los acuerdos político-financieros a una participación estatal unifor­memente desacelerada en la satisfacción de bienes y servicios sociales, con todo lo que esto conlleva.

 

En todo el mundo, se dice que las administraciones públicas, eslabones más débiles de nuestros sistemas sociales modernos, sufren de problemas que a simple vista parecen similares, por lo que algunos han pensado en la existencia de una crisis «global» de la disciplina, que según ciertas mentes geniales, puede combatirse empleando patrones comunes de solución, idea que en el plano objetivo ya ha sido aplicada en muchos países no industrializados, por cierto con no muy buenos resultados.

 

Es cierto que dada la situación mundial, se ha presentado un desequilibrio entre las relaciones Sociedad-Estado. Sin embargo, igualmente cierto es que, dependiendo del papel que la administración pública juega dentro del Estado en donde opera, las actividades específicas que realiza, los intereses que persigue (y en algunos casos, que protege), cada país se ve forzado a reaccionar ante esta crisis con sus propios medios y desde una óptica particular; en otras palabras, a jugar el juego de la modernidad con sus propias reglas.

 

La modernización del sistema gubernamental es indispensable para nuestro desarrollo. La forma de hacer gobierno tiene que modificarse, sin duda, pero ¿Dónde encontrar la clave de ese cambio?

 

La reforma del Estado es reforma cultural. La administración pública al igual que el sistema político, es una cultura en sí  y forma parte de la cultura social de una nación; por tal razón, cambiarla es tarea por demás difícil. No obstante, debemos tener presente que la solución, lejos de ser exógena, tiene sus raíces en el origen mismo del problema, es decir, en la relación Estado-Sociedad.

 

La modernización no es sólo -como dijera Crozier- «cuestión de máquinas«, ni puede darse mágicamente por decreto, ni tampoco es cuestión de exigir para después esperar del cielo la respuesta. El factor humano es fundamental para instrumentarla y ponerla en marcha. Es necesaria la voluntad política de servidores públicos y administrados para saltar la alta pero frágil barrera de la resistencia al cambio, que les permita adquirir una mentalidad moderna, una idea nueva de lo público, «co laborando» en la reconversión equilibrada del marco en el que se desenvolverá en lo sucesivo dicha relación.

 

Las organizaciones civiles y políticas tienen ante sus miembros la responsabilidad de adoptar frente a la administración una posición crítica, pero también propositiva, que permita su participación cercana y comprometida, en tanto que ciudadanos-administradores, en los asuntos que afectan a su comunidad, complementando la acción estatal.

 

Por su parte, los funcionarios públicos tienen que realizar esfuerzos para tener un contacto más directo con la comunidad; propiciar los necesarios cambios de actitud; ofrecer más y mejores métodos, estrategias y mecanismos que sean simples, útiles y adecuados para mejorar la administración (y en particular, para mejorarse a ellos mismos), optimizando al máximo los recursos disponibles y tomando en cuenta las propuestas y las participaciones de la sociedad, así como las experiencias y potenciales que sirvan para proyectar hacia adelante nuestra realidad objetiva, complementando de tal suerte la acción política y social.

 

Nos encontramos en un momento propicio para contribuir TODOS a convertir al Estado en promotor de la excelencia para el interés general, en un moderno sistema de organización y de gestión social más plural, más democrático.